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martes, 8 de mayo de 2012

Malvinas y los Juegos: vale todo,por Beatriz Sarlo


LA NACION
Es suficiente con que tengan algún éxito el fútbol, el tenis cuando se juega la Copa Davis o el hockey desde que Las Leonas comenzaron a traer victorias para que se despierten pasiones nacionalistas. Imposible mirar tranquilamente un partido cualquiera de un deporte cualquiera, porque el murmullo nacional acompaña a los buenos, a los malos y a los mediocres. La bandera es nuestra camiseta o viceversa.
Durante los próximos Juegos Olímpicos de Londres, todo el país va a interesarse por disciplinas que, terminada la competencia, volverán al cono de sombras que ocupan los atletas en sus provincias o en el Cenard. Pero durante esas semanas seremos expertos en salto con garrocha, carreras, remo, gimnasia, natación, jabalina, disco y esgrima.
Podrá decirse que esto sucede en todo el mundo. Es cierto. Pero que suceda en todas partes no exime de considerar críticamente los brotes locales de nacionalismo. El uso universal de los sentimientos nacionales lleva a analizar sus dispositivos simbólicos país por país. El nacionalismo cumple funciones específicas y llena vacíos humillantes en una nación, como la Argentina, que cultiva el irredentismo como una peligrosa flor que utilizan las dictaduras y los gobiernos democráticos.
Esto se ve muy claro en el caso Malvinas: invadidas por Galtieri, a nadie le importó mucho que se tratara de la última aventura de un gobierno terrorista; se festejó la toma de las islas, junto con el dictador, en la Plaza de Mayo. Hoy, gracias a que hemos aprendido de la derrota, nadie piensa en invadirlas, pero el canciller acaba de mandar mensajes hostiles a su par de Gran Bretaña. Habilidoso en la costumbre local de hacer política por los medios, Timerman cree que puede seguir cultivando esa afición criolla cuando le habla al gobierno británico.
No perder jamás la iniciativa mediática, producir las noticias y garantizar que ellas se difundan: tal el estilo CFK, que imprimió un “giro lingüístico” a la política. Gana quien tiene la iniciativa en el discurso y define el vocabulario con que se habla de las cosas. Por eso, se cultivan las efemérides, las inauguraciones, los anuncios de lo que sea, sin una jerarquía especial. A veces son hechos importantes, como YPF; a veces, sólo ponen en práctica la idea de que a cada día corresponde un discurso, como si se tratara del santoral del Poder Ejecutivo.
El cristinismo considera que su presencia en el gobierno garantiza por sí sola el derecho y la justicia de cualquier intervención. No se atiene a leyes ni a costumbres, porque las funda, les da existencia, y por eso mismo las vuelve universales.
Algo de este orden sucedió con el corto publicitario filmado en las islas Malvinas. Es un buen producto de montaje y, por eso mismo, sostiene con eficacia el mensaje que se le agregó: “Para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino”. La sucesión de planos rápidos, en los que el paisaje está siempre bien definido, permite que quien vea el corto no piense por qué ese hombre está corriendo sobre la nieve hasta caer exhausto. Por el contrario, el espectador sólo recibe el mensaje del “esfuerzo” y del “lugar”. La inscripción final cierra todo.
En 1934, la talentosa cineasta Leni Riefenstahl, amiga de Hitler, filmó en Nuremberg la jornada final del Congreso del Partido Nazi. La ciudad ya había sido elegida para trazar un eje pangermánico que terminaría en Berlín: el camino del Reich. En Nuremberg se construyeron impresionantes instalaciones para las grandes convocatorias del Partido. Alexander Kluge las filmó en 1961. El título de esa película, un corto de 12 minutos en blanco y negro, es Brutalidad en piedra . Tanto el título como los planos estáticos y desiertos de Kluge son estremecedores. Esos planos no son breves, no atropellan al espectador, sino que le dejan tiempo para pensar. Entre la película de Riefenstahl y la de Kluge corre una línea, pero quebrada: la celebración del nazismo y su crítica más radical.
En 1936, Riefenstahl volvió a hacer una película para los nazis: Olympia , sobre los juegos que tuvieron lugar en Berlín. También es un film de montaje, impresionante, grandioso. Antes de esas Olimpíadas, muchas naciones y algunos comités olímpicos discutieron si era correcto competir en Alemania. Berlín había sido elegida en 1931, antes de que Hitler, que sacó el 43,9% de votos, formara gobierno en 1933. Cuando empezaron las discusiones, los nazis moderaron las campañas antisemitas y, finalmente, como en su momento la dictadura argentina, lograron que se mantuviera la sede: el imponente Olympia-Stadium, el mayor escenario de los juegos hasta entonces. Hoy puede visitárselo para comprobar la encarnación como signo arquitectónico de una voluntad política expansiva.
Antes de que comiencen los insultos, me apresuro a aclarar que estoy lejos de pensar que el gobierno de CFK tenga algo que ver con el nazismo. No me gustan las comparaciones donde toda la historia termina siendo lo mismo y donde lo verdaderamente interesante del presente se pierde en una nebulosa. Lo que la historia enseña es que las cosas son siempre diferentes. Pero esas diferencias deben ser tenidas en cuenta, no pasadas por alto. Sobre todo, si siempre se está hablando de memoria.
La publicidad que el Gobierno compró a una agencia (cuyas condiciones de producción ya han sido difundidas), además de su mensaje explícito, transmite otras informaciones.
En primer lugar, que en nombre de la Argentina el cristinismo se considera autorizado a hacer cualquier cosa. A veces acierta y los aciertos deben ser reconocidos. Pero muchas veces se equivoca, sobre todo en el manejo de los símbolos, el campo en que se considera más experto. En nombre de la Argentina, al Gobierno le ha parecido adecuado comprar una publicidad filmada under cover . Como si un equipo británico hubiera filmado las peleas en un estadio de fútbol, las hubiera sometido a una edición astuta y hubiera presentado un corto publicitario con el título “These are the Argies”. Y el gobierno de su Majestad lo difundiera por la BBC, aunque esto le habría resultado medio difícil, dado que la BBC no se maneja desde Palacio por control remoto, como nuestro amado sistema de televisión pública.
En segundo lugar, porque las violaciones a los usos y costumbres de una filmación son demasiado flagrantes. Las Malvinas podrán ser argentinas para quienes sostienen esto, incluso con argumentos. Es decir, son argentinas para muchos argentinos, para su gobierno y para los países y pueblos que los acompañen con mayor o menor entusiasmo en los foros internacionales. Pero no son argentinas en el sentido en que un argentino puede ir allí a hacer lo que se le dé la gana ni, mucho menos, utilizarse, sin aviso, como escenario para una provocación defendida, pagada y difundida por el gobierno nacional, que presenta el caso como si se tratara de lo más normal del mundo. Si una empresa deportiva hubiera encargado el aviso, la cuestión sería diferente. Sería una transgresión más sencilla de explicar; tonta e inútil, por cierto, ya que paisajes así, elegidos bien por el encuadre, se encuentran en otros lugares.
Pero en este caso es el Gobierno el transgresor. ¿Alguien imagina un corto español, filmado en Gibraltar, donde se diga: “Entrenando en suelo español para competir en suelo británico”? Esa insensatez podría cometerla algún privado, pero nunca sería avalada por el Partido Popular, por el Partido Socialista, por la Izquierda Unida y, aunque no se ocupan de esas cuestiones, tampoco por los Indignados.
Los argentinos nos sentimos excepcionales y nos parecen normales las conductas regidas por el “vale todo”. El Gobierno, al difundir el corto malvinero, acaba de confirmarlo.
Fuente:LA NACION
Es suficiente con que tengan algún éxito el fútbol, el tenis cuando se juega la Copa Davis o el hockey desde que Las Leonas comenzaron a traer victorias para que se despierten pasiones nacionalistas. Imposible mirar tranquilamente un partido cualquiera de un deporte cualquiera, porque el murmullo nacional acompaña a los buenos, a los malos y a los mediocres. La bandera es nuestra camiseta o viceversa.
Durante los próximos Juegos Olímpicos de Londres, todo el país va a interesarse por disciplinas que, terminada la competencia, volverán al cono de sombras que ocupan los atletas en sus provincias o en el Cenard. Pero durante esas semanas seremos expertos en salto con garrocha, carreras, remo, gimnasia, natación, jabalina, disco y esgrima.
Podrá decirse que esto sucede en todo el mundo. Es cierto. Pero que suceda en todas partes no exime de considerar críticamente los brotes locales de nacionalismo. El uso universal de los sentimientos nacionales lleva a analizar sus dispositivos simbólicos país por país. El nacionalismo cumple funciones específicas y llena vacíos humillantes en una nación, como la Argentina, que cultiva el irredentismo como una peligrosa flor que utilizan las dictaduras y los gobiernos democráticos.
Esto se ve muy claro en el caso Malvinas: invadidas por Galtieri, a nadie le importó mucho que se tratara de la última aventura de un gobierno terrorista; se festejó la toma de las islas, junto con el dictador, en la Plaza de Mayo. Hoy, gracias a que hemos aprendido de la derrota, nadie piensa en invadirlas, pero el canciller acaba de mandar mensajes hostiles a su par de Gran Bretaña. Habilidoso en la costumbre local de hacer política por los medios, Timerman cree que puede seguir cultivando esa afición criolla cuando le habla al gobierno británico.
No perder jamás la iniciativa mediática, producir las noticias y garantizar que ellas se difundan: tal el estilo CFK, que imprimió un “giro lingüístico” a la política. Gana quien tiene la iniciativa en el discurso y define el vocabulario con que se habla de las cosas. Por eso, se cultivan las efemérides, las inauguraciones, los anuncios de lo que sea, sin una jerarquía especial. A veces son hechos importantes, como YPF; a veces, sólo ponen en práctica la idea de que a cada día corresponde un discurso, como si se tratara del santoral del Poder Ejecutivo.
El cristinismo considera que su presencia en el gobierno garantiza por sí sola el derecho y la justicia de cualquier intervención. No se atiene a leyes ni a costumbres, porque las funda, les da existencia, y por eso mismo las vuelve universales.
Algo de este orden sucedió con el corto publicitario filmado en las islas Malvinas. Es un buen producto de montaje y, por eso mismo, sostiene con eficacia el mensaje que se le agregó: “Para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino”. La sucesión de planos rápidos, en los que el paisaje está siempre bien definido, permite que quien vea el corto no piense por qué ese hombre está corriendo sobre la nieve hasta caer exhausto. Por el contrario, el espectador sólo recibe el mensaje del “esfuerzo” y del “lugar”. La inscripción final cierra todo.
En 1934, la talentosa cineasta Leni Riefenstahl, amiga de Hitler, filmó en Nuremberg la jornada final del Congreso del Partido Nazi. La ciudad ya había sido elegida para trazar un eje pangermánico que terminaría en Berlín: el camino del Reich. En Nuremberg se construyeron impresionantes instalaciones para las grandes convocatorias del Partido. Alexander Kluge las filmó en 1961. El título de esa película, un corto de 12 minutos en blanco y negro, es Brutalidad en piedra . Tanto el título como los planos estáticos y desiertos de Kluge son estremecedores. Esos planos no son breves, no atropellan al espectador, sino que le dejan tiempo para pensar. Entre la película de Riefenstahl y la de Kluge corre una línea, pero quebrada: la celebración del nazismo y su crítica más radical.
En 1936, Riefenstahl volvió a hacer una película para los nazis: Olympia , sobre los juegos que tuvieron lugar en Berlín. También es un film de montaje, impresionante, grandioso. Antes de esas Olimpíadas, muchas naciones y algunos comités olímpicos discutieron si era correcto competir en Alemania. Berlín había sido elegida en 1931, antes de que Hitler, que sacó el 43,9% de votos, formara gobierno en 1933. Cuando empezaron las discusiones, los nazis moderaron las campañas antisemitas y, finalmente, como en su momento la dictadura argentina, lograron que se mantuviera la sede: el imponente Olympia-Stadium, el mayor escenario de los juegos hasta entonces. Hoy puede visitárselo para comprobar la encarnación como signo arquitectónico de una voluntad política expansiva.
Antes de que comiencen los insultos, me apresuro a aclarar que estoy lejos de pensar que el gobierno de CFK tenga algo que ver con el nazismo. No me gustan las comparaciones donde toda la historia termina siendo lo mismo y donde lo verdaderamente interesante del presente se pierde en una nebulosa. Lo que la historia enseña es que las cosas son siempre diferentes. Pero esas diferencias deben ser tenidas en cuenta, no pasadas por alto. Sobre todo, si siempre se está hablando de memoria.
La publicidad que el Gobierno compró a una agencia (cuyas condiciones de producción ya han sido difundidas), además de su mensaje explícito, transmite otras informaciones.
En primer lugar, que en nombre de la Argentina el cristinismo se considera autorizado a hacer cualquier cosa. A veces acierta y los aciertos deben ser reconocidos. Pero muchas veces se equivoca, sobre todo en el manejo de los símbolos, el campo en que se considera más experto. En nombre de la Argentina, al Gobierno le ha parecido adecuado comprar una publicidad filmada under cover . Como si un equipo británico hubiera filmado las peleas en un estadio de fútbol, las hubiera sometido a una edición astuta y hubiera presentado un corto publicitario con el título “These are the Argies”. Y el gobierno de su Majestad lo difundiera por la BBC, aunque esto le habría resultado medio difícil, dado que la BBC no se maneja desde Palacio por control remoto, como nuestro amado sistema de televisión pública.
En segundo lugar, porque las violaciones a los usos y costumbres de una filmación son demasiado flagrantes. Las Malvinas podrán ser argentinas para quienes sostienen esto, incluso con argumentos. Es decir, son argentinas para muchos argentinos, para su gobierno y para los países y pueblos que los acompañen con mayor o menor entusiasmo en los foros internacionales. Pero no son argentinas en el sentido en que un argentino puede ir allí a hacer lo que se le dé la gana ni, mucho menos, utilizarse, sin aviso, como escenario para una provocación defendida, pagada y difundida por el gobierno nacional, que presenta el caso como si se tratara de lo más normal del mundo. Si una empresa deportiva hubiera encargado el aviso, la cuestión sería diferente. Sería una transgresión más sencilla de explicar; tonta e inútil, por cierto, ya que paisajes así, elegidos bien por el encuadre, se encuentran en otros lugares.
Pero en este caso es el Gobierno el transgresor. ¿Alguien imagina un corto español, filmado en Gibraltar, donde se diga: “Entrenando en suelo español para competir en suelo británico”? Esa insensatez podría cometerla algún privado, pero nunca sería avalada por el Partido Popular, por el Partido Socialista, por la Izquierda Unida y, aunque no se ocupan de esas cuestiones, tampoco por los Indignados.
Los argentinos nos sentimos excepcionales y nos parecen normales las conductas regidas por el “vale todo”. El Gobierno, al difundir el corto malvinero, acaba de confirmarlo.

Fuente:LA NACION
Es suficiente con que tengan algún éxito el fútbol, el tenis cuando se juega la Copa Davis o el hockey desde que Las Leonas comenzaron a traer victorias para que se despierten pasiones nacionalistas. Imposible mirar tranquilamente un partido cualquiera de un deporte cualquiera, porque el murmullo nacional acompaña a los buenos, a los malos y a los mediocres. La bandera es nuestra camiseta o viceversa.
Durante los próximos Juegos Olímpicos de Londres, todo el país va a interesarse por disciplinas que, terminada la competencia, volverán al cono de sombras que ocupan los atletas en sus provincias o en el Cenard. Pero durante esas semanas seremos expertos en salto con garrocha, carreras, remo, gimnasia, natación, jabalina, disco y esgrima.
Podrá decirse que esto sucede en todo el mundo. Es cierto. Pero que suceda en todas partes no exime de considerar críticamente los brotes locales de nacionalismo. El uso universal de los sentimientos nacionales lleva a analizar sus dispositivos simbólicos país por país. El nacionalismo cumple funciones específicas y llena vacíos humillantes en una nación, como la Argentina, que cultiva el irredentismo como una peligrosa flor que utilizan las dictaduras y los gobiernos democráticos.
Esto se ve muy claro en el caso Malvinas: invadidas por Galtieri, a nadie le importó mucho que se tratara de la última aventura de un gobierno terrorista; se festejó la toma de las islas, junto con el dictador, en la Plaza de Mayo. Hoy, gracias a que hemos aprendido de la derrota, nadie piensa en invadirlas, pero el canciller acaba de mandar mensajes hostiles a su par de Gran Bretaña. Habilidoso en la costumbre local de hacer política por los medios, Timerman cree que puede seguir cultivando esa afición criolla cuando le habla al gobierno británico.
No perder jamás la iniciativa mediática, producir las noticias y garantizar que ellas se difundan: tal el estilo CFK, que imprimió un “giro lingüístico” a la política. Gana quien tiene la iniciativa en el discurso y define el vocabulario con que se habla de las cosas. Por eso, se cultivan las efemérides, las inauguraciones, los anuncios de lo que sea, sin una jerarquía especial. A veces son hechos importantes, como YPF; a veces, sólo ponen en práctica la idea de que a cada día corresponde un discurso, como si se tratara del santoral del Poder Ejecutivo.
El cristinismo considera que su presencia en el gobierno garantiza por sí sola el derecho y la justicia de cualquier intervención. No se atiene a leyes ni a costumbres, porque las funda, les da existencia, y por eso mismo las vuelve universales.
Algo de este orden sucedió con el corto publicitario filmado en las islas Malvinas. Es un buen producto de montaje y, por eso mismo, sostiene con eficacia el mensaje que se le agregó: “Para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino”. La sucesión de planos rápidos, en los que el paisaje está siempre bien definido, permite que quien vea el corto no piense por qué ese hombre está corriendo sobre la nieve hasta caer exhausto. Por el contrario, el espectador sólo recibe el mensaje del “esfuerzo” y del “lugar”. La inscripción final cierra todo.
En 1934, la talentosa cineasta Leni Riefenstahl, amiga de Hitler, filmó en Nuremberg la jornada final del Congreso del Partido Nazi. La ciudad ya había sido elegida para trazar un eje pangermánico que terminaría en Berlín: el camino del Reich. En Nuremberg se construyeron impresionantes instalaciones para las grandes convocatorias del Partido. Alexander Kluge las filmó en 1961. El título de esa película, un corto de 12 minutos en blanco y negro, es Brutalidad en piedra . Tanto el título como los planos estáticos y desiertos de Kluge son estremecedores. Esos planos no son breves, no atropellan al espectador, sino que le dejan tiempo para pensar. Entre la película de Riefenstahl y la de Kluge corre una línea, pero quebrada: la celebración del nazismo y su crítica más radical.
En 1936, Riefenstahl volvió a hacer una película para los nazis: Olympia , sobre los juegos que tuvieron lugar en Berlín. También es un film de montaje, impresionante, grandioso. Antes de esas Olimpíadas, muchas naciones y algunos comités olímpicos discutieron si era correcto competir en Alemania. Berlín había sido elegida en 1931, antes de que Hitler, que sacó el 43,9% de votos, formara gobierno en 1933. Cuando empezaron las discusiones, los nazis moderaron las campañas antisemitas y, finalmente, como en su momento la dictadura argentina, lograron que se mantuviera la sede: el imponente Olympia-Stadium, el mayor escenario de los juegos hasta entonces. Hoy puede visitárselo para comprobar la encarnación como signo arquitectónico de una voluntad política expansiva.
Antes de que comiencen los insultos, me apresuro a aclarar que estoy lejos de pensar que el gobierno de CFK tenga algo que ver con el nazismo. No me gustan las comparaciones donde toda la historia termina siendo lo mismo y donde lo verdaderamente interesante del presente se pierde en una nebulosa. Lo que la historia enseña es que las cosas son siempre diferentes. Pero esas diferencias deben ser tenidas en cuenta, no pasadas por alto. Sobre todo, si siempre se está hablando de memoria.
La publicidad que el Gobierno compró a una agencia (cuyas condiciones de producción ya han sido difundidas), además de su mensaje explícito, transmite otras informaciones.
En primer lugar, que en nombre de la Argentina el cristinismo se considera autorizado a hacer cualquier cosa. A veces acierta y los aciertos deben ser reconocidos. Pero muchas veces se equivoca, sobre todo en el manejo de los símbolos, el campo en que se considera más experto. En nombre de la Argentina, al Gobierno le ha parecido adecuado comprar una publicidad filmada under cover . Como si un equipo británico hubiera filmado las peleas en un estadio de fútbol, las hubiera sometido a una edición astuta y hubiera presentado un corto publicitario con el título “These are the Argies”. Y el gobierno de su Majestad lo difundiera por la BBC, aunque esto le habría resultado medio difícil, dado que la BBC no se maneja desde Palacio por control remoto, como nuestro amado sistema de televisión pública.
En segundo lugar, porque las violaciones a los usos y costumbres de una filmación son demasiado flagrantes. Las Malvinas podrán ser argentinas para quienes sostienen esto, incluso con argumentos. Es decir, son argentinas para muchos argentinos, para su gobierno y para los países y pueblos que los acompañen con mayor o menor entusiasmo en los foros internacionales. Pero no son argentinas en el sentido en que un argentino puede ir allí a hacer lo que se le dé la gana ni, mucho menos, utilizarse, sin aviso, como escenario para una provocación defendida, pagada y difundida por el gobierno nacional, que presenta el caso como si se tratara de lo más normal del mundo. Si una empresa deportiva hubiera encargado el aviso, la cuestión sería diferente. Sería una transgresión más sencilla de explicar; tonta e inútil, por cierto, ya que paisajes así, elegidos bien por el encuadre, se encuentran en otros lugares.
Pero en este caso es el Gobierno el transgresor. ¿Alguien imagina un corto español, filmado en Gibraltar, donde se diga: “Entrenando en suelo español para competir en suelo británico”? Esa insensatez podría cometerla algún privado, pero nunca sería avalada por el Partido Popular, por el Partido Socialista, por la Izquierda Unida y, aunque no se ocupan de esas cuestiones, tampoco por los Indignados.
Los argentinos nos sentimos excepcionales y nos parecen normales las conductas regidas por el “vale todo”. El Gobierno, al difundir el corto malvinero, acaba de confirmarlo.
© La Nacion .
Fuente:LA NACION
Es suficiente con que tengan algún éxito el fútbol, el tenis cuando se juega la Copa Davis o el hockey desde que Las Leonas comenzaron a traer victorias para que se despierten pasiones nacionalistas. Imposible mirar tranquilamente un partido cualquiera de un deporte cualquiera, porque el murmullo nacional acompaña a los buenos, a los malos y a los mediocres. La bandera es nuestra camiseta o viceversa.
Durante los próximos Juegos Olímpicos de Londres, todo el país va a interesarse por disciplinas que, terminada la competencia, volverán al cono de sombras que ocupan los atletas en sus provincias o en el Cenard. Pero durante esas semanas seremos expertos en salto con garrocha, carreras, remo, gimnasia, natación, jabalina, disco y esgrima.
Podrá decirse que esto sucede en todo el mundo. Es cierto. Pero que suceda en todas partes no exime de considerar críticamente los brotes locales de nacionalismo. El uso universal de los sentimientos nacionales lleva a analizar sus dispositivos simbólicos país por país. El nacionalismo cumple funciones específicas y llena vacíos humillantes en una nación, como la Argentina, que cultiva el irredentismo como una peligrosa flor que utilizan las dictaduras y los gobiernos democráticos.
Esto se ve muy claro en el caso Malvinas: invadidas por Galtieri, a nadie le importó mucho que se tratara de la última aventura de un gobierno terrorista; se festejó la toma de las islas, junto con el dictador, en la Plaza de Mayo. Hoy, gracias a que hemos aprendido de la derrota, nadie piensa en invadirlas, pero el canciller acaba de mandar mensajes hostiles a su par de Gran Bretaña. Habilidoso en la costumbre local de hacer política por los medios, Timerman cree que puede seguir cultivando esa afición criolla cuando le habla al gobierno británico.
No perder jamás la iniciativa mediática, producir las noticias y garantizar que ellas se difundan: tal el estilo CFK, que imprimió un “giro lingüístico” a la política. Gana quien tiene la iniciativa en el discurso y define el vocabulario con que se habla de las cosas. Por eso, se cultivan las efemérides, las inauguraciones, los anuncios de lo que sea, sin una jerarquía especial. A veces son hechos importantes, como YPF; a veces, sólo ponen en práctica la idea de que a cada día corresponde un discurso, como si se tratara del santoral del Poder Ejecutivo.
El cristinismo considera que su presencia en el gobierno garantiza por sí sola el derecho y la justicia de cualquier intervención. No se atiene a leyes ni a costumbres, porque las funda, les da existencia, y por eso mismo las vuelve universales.
Algo de este orden sucedió con el corto publicitario filmado en las islas Malvinas. Es un buen producto de montaje y, por eso mismo, sostiene con eficacia el mensaje que se le agregó: “Para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino”. La sucesión de planos rápidos, en los que el paisaje está siempre bien definido, permite que quien vea el corto no piense por qué ese hombre está corriendo sobre la nieve hasta caer exhausto. Por el contrario, el espectador sólo recibe el mensaje del “esfuerzo” y del “lugar”. La inscripción final cierra todo.
En 1934, la talentosa cineasta Leni Riefenstahl, amiga de Hitler, filmó en Nuremberg la jornada final del Congreso del Partido Nazi. La ciudad ya había sido elegida para trazar un eje pangermánico que terminaría en Berlín: el camino del Reich. En Nuremberg se construyeron impresionantes instalaciones para las grandes convocatorias del Partido. Alexander Kluge las filmó en 1961. El título de esa película, un corto de 12 minutos en blanco y negro, es Brutalidad en piedra . Tanto el título como los planos estáticos y desiertos de Kluge son estremecedores. Esos planos no son breves, no atropellan al espectador, sino que le dejan tiempo para pensar. Entre la película de Riefenstahl y la de Kluge corre una línea, pero quebrada: la celebración del nazismo y su crítica más radical.
En 1936, Riefenstahl volvió a hacer una película para los nazis: Olympia , sobre los juegos que tuvieron lugar en Berlín. También es un film de montaje, impresionante, grandioso. Antes de esas Olimpíadas, muchas naciones y algunos comités olímpicos discutieron si era correcto competir en Alemania. Berlín había sido elegida en 1931, antes de que Hitler, que sacó el 43,9% de votos, formara gobierno en 1933. Cuando empezaron las discusiones, los nazis moderaron las campañas antisemitas y, finalmente, como en su momento la dictadura argentina, lograron que se mantuviera la sede: el imponente Olympia-Stadium, el mayor escenario de los juegos hasta entonces. Hoy puede visitárselo para comprobar la encarnación como signo arquitectónico de una voluntad política expansiva.
Antes de que comiencen los insultos, me apresuro a aclarar que estoy lejos de pensar que el gobierno de CFK tenga algo que ver con el nazismo. No me gustan las comparaciones donde toda la historia termina siendo lo mismo y donde lo verdaderamente interesante del presente se pierde en una nebulosa. Lo que la historia enseña es que las cosas son siempre diferentes. Pero esas diferencias deben ser tenidas en cuenta, no pasadas por alto. Sobre todo, si siempre se está hablando de memoria.
La publicidad que el Gobierno compró a una agencia (cuyas condiciones de producción ya han sido difundidas), además de su mensaje explícito, transmite otras informaciones.
En primer lugar, que en nombre de la Argentina el cristinismo se considera autorizado a hacer cualquier cosa. A veces acierta y los aciertos deben ser reconocidos. Pero muchas veces se equivoca, sobre todo en el manejo de los símbolos, el campo en que se considera más experto. En nombre de la Argentina, al Gobierno le ha parecido adecuado comprar una publicidad filmada under cover . Como si un equipo británico hubiera filmado las peleas en un estadio de fútbol, las hubiera sometido a una edición astuta y hubiera presentado un corto publicitario con el título “These are the Argies”. Y el gobierno de su Majestad lo difundiera por la BBC, aunque esto le habría resultado medio difícil, dado que la BBC no se maneja desde Palacio por control remoto, como nuestro amado sistema de televisión pública.
En segundo lugar, porque las violaciones a los usos y costumbres de una filmación son demasiado flagrantes. Las Malvinas podrán ser argentinas para quienes sostienen esto, incluso con argumentos. Es decir, son argentinas para muchos argentinos, para su gobierno y para los países y pueblos que los acompañen con mayor o menor entusiasmo en los foros internacionales. Pero no son argentinas en el sentido en que un argentino puede ir allí a hacer lo que se le dé la gana ni, mucho menos, utilizarse, sin aviso, como escenario para una provocación defendida, pagada y difundida por el gobierno nacional, que presenta el caso como si se tratara de lo más normal del mundo. Si una empresa deportiva hubiera encargado el aviso, la cuestión sería diferente. Sería una transgresión más sencilla de explicar; tonta e inútil, por cierto, ya que paisajes así, elegidos bien por el encuadre, se encuentran en otros lugares.
Pero en este caso es el Gobierno el transgresor. ¿Alguien imagina un corto español, filmado en Gibraltar, donde se diga: “Entrenando en suelo español para competir en suelo británico”? Esa insensatez podría cometerla algún privado, pero nunca sería avalada por el Partido Popular, por el Partido Socialista, por la Izquierda Unida y, aunque no se ocupan de esas cuestiones, tampoco por los Indignados.
Los argentinos nos sentimos excepcionales y nos parecen normales las conductas regidas por el “vale todo”. El Gobierno, al difundir el corto malvinero, acaba de confirmarlo.
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