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lunes, 2 de abril de 2012

Cuba: Una vela a Dios y otra al diablo



Infolatam
Madrid, 2 de abril 2012
Por Vicente Botín

La vida sigue igual en Cuba después de la visita del Papa. Sin los decorados que convirtieron por dos días a la isla caribeña en un trasunto de Villar del Río, el pueblo de la película de Luis García Berlanga, Bienvenido Mister Marshall, los improvisados actores vuelven a representar sus verdaderos papeles. Nada ha cambiado, salvo que el Viernes Santo será festivo como festivo es el día de Navidad en Cuba desde la visita de Juan Pablo II, en 1998.

El gobierno y la iglesia católica, unidos en extraño maridaje, han salido fortalecidos por la visita del Obispo de Roma. Ambos tratan de convencer a tirios y troyanos de que las tibias reformas económicas de Raúl Castro y la excarcelación y destierro de disidentes bendecida por el cardenal Ortega, son cambios sustanciales. Cuesta trabajo entender las palabras de Benedicto XVI de que “la ideología marxista ya no responde a la realidad”. Es tanto como condenar la doctrina de la iglesia por las atrocidades de la Inquisición. En Cuba no es la ideología marxista la que mantiene oprimido al pueblo, sino un gobierno que se dice marxista y se apoya en leyes represivas que impiden el libre ejercicio de los derechos humanos.

El Papa “olvidó darle un minuto a su rebaño, al sector más oprimido que necesitaba que lo escuchara”, dijo Berta Soler, líder de las Damas de Blanco, que no pudo asistir a la misa de Joseph Ratzinger en La Habana al ser detenida junto a su esposo, el expreso político Ángel Moya, cuando se dirigían a la Plaza de la Revolución. ¿Es aceptable que el Papa oficie una misa ante decenas de miles de cubanos liberados de ir a trabajar, mientras la policía detenía u obligaba a permanecer en sus casas a centenares de disidentes para que no acudieran a la concentración papal?

Es cierto que el Papa se refirió a la necesidad de ampliar las libertades, que recordó el sufrimiento de los presos políticos y de sus familiares y que aludió al embargo que Estados Unidos mantiene sobre Cuba. Pero la disidencia esperaba más. En dictaduras latinoamericanas como la de Augusto Pinochet, en Chile, instituciones de la Iglesia, como la Vicaría de la Solidaridad, denunciaron la represión y la violación de los derechos humanos y prestaron asistencia social y legal a los detenidos y a los familiares de los detenidos desaparecidos que jamás fueron desalojados de las iglesias donde se refugiaron para llamar la atención internacional sobre sus demandas. En Cuba, por el contrario, el cardenal Jaime Ortega pidió a la policía que desalojara un templo donde se refugiaron varios disidentes días antes de la visita del Papa porque, como señaló una nota del arzobispado, “nadie tiene derecho a convertir los templos en trincheras políticas”.

“¿Qué hace un Papa?” le preguntó Fidel Castro a Benedicto XVI durante el encuentro que mantuvo con él en La Habana. ¿Qué hace la Iglesia Católica en Cuba? se preguntan muchos cubanos. Ningún obispo se atrevió a decirle al Papa, como monseñor Pedro Meurice, arzobispo de Santiago de Cuba, a Juan Pablo II, en 1998: “Deseo presentar en esta eucaristía a todos aquellos cubanos y santiagueros que no encuentran sentido a sus vidas, que no han podido optar y desarrollar un proyecto de vida por causa de un camino de despersonalización que es fruto del paternalismo. Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología”.

A monseñor Meurice, ya fallecido, los obispos cubanos le reprocharon su “falta de prudencia” porque sus palabras podían provocar un conflicto con el gobierno. Esta vez ningún prelado se salió del guión escrito por el cardenal Ortega, que quiere preservar a toda costa la “primavera” que mantiene con el gobierno de Raúl Castro.

En los últimos años, la Iglesia Católica ha ganado peso e influencia en la sociedad cubana. El mismo gobierno que niega al pueblo derechos fundamentales permite el ejercicio de esos derechos a la Iglesia Católica. El cardenal Ortega es un interlocutor privilegiado de Raúl Castro y como tal se ha arrogado un derecho de representatividad que no le corresponde.

La oposición pacífica, fuertemente reprimida, reclama su derecho de participación. Como dice Rafael Rojas, no toda la sociedad cubana es comunista o católica, para preguntarse después “¿Qué tipo de ciudadanía acabará constituyéndose en ese país caribeño, si se normaliza la hegemonía doble del partido comunista sobre la sociedad política y de la Iglesia católica sobre la sociedad civil?”

Monseñor Jaime Ortega juega con cartas marcadas. En Cuba hay una sociedad amordazada y duramente reprimida que reclama sus derechos y la Iglesia católica no puede valerse de esa situación para aumentar su influencia. No se puede poner una vela a Dios y otra al diablo. Como escribió Carlo Levi, “Cristo se detuvo en Eboli”, pero en Cuba no puede pasar de largo.