Robos, asesinatos, desapariciones: la inseguridad ciudadana se dispara mientras la prensa y las autoridades callan.
Una mujer en una calle de La Habana. (GETTY IMAGES, 2011)
Pocas semanas atrás un ladrón protagonizó lo que pudiera considerarse un atraco
sui generis.
En plena mitad de la tarde y pese a la cantidad de público que
frecuenta el sitio diariamente, tras agredir violentamente a la cajera,
asaltó el banco de la Western Union ubicado en el Centro Comercial de
Carlos III, Centro Habana, y se dio a la fuga, saliendo a toda prisa por
la puerta lateral que da acceso a la calle Árbol Seco. Muchos lo vieron
escapar con un bolso. Y en pocos minutos el lugar se llenó de policías
con sus impresionantes perros. Sin embargo, hasta hoy el delincuente no
ha sido atrapado. La rapidez con que se produjo el suceso y la audacia
del ladrón hacen pensar que esta es apenas la punta de un iceberg que se
anuncia tan peligroso como el que hizo zozobrar al Titanic. Porque este
fue apenas un hecho delictivo entre muchos que están ocurriendo en la
capital cubana.
La ausencia de una prensa de sucesos en la isla —o quizás debería decir sencillamente
ausencia de prensa— da lugar a que estos eventos solo se conozcan a través de las vías de información alternativas, popularmente conocidas como
radio bemba,
con las consiguientes tergiversaciones de los hechos. No obstante, en
el fondo de cada rumor subyace una realidad innegable: los índices de
delincuencia y de violencia en general se están elevando sensiblemente,
lo que apunta hacia un peligroso punto de desorden social que, de
mantener su tendencia actual, podría desembocar en una crisis de
magnitudes impredecibles.
No es exagerado adelantar dicha posibilidad a juzgar por las señales.
En los últimos meses hemos venido asistiendo a un gradual pero
sostenido deterioro de la seguridad ciudadana. Frecuentemente se sabe de
asaltos, robos en domicilios, arrebatos de prendas en plena vía
pública, del incremento de los carteristas en los ómnibus urbanos y de
una peligrosa modalidad que ha ocupado el centro de los rumores
habaneros: la desaparición de choferes de los llamados
boteros,
que prestan servicio de transporte particular cubriendo líneas
específicas en las principales vías de La Habana. Se comenta que el
número de choferes desaparecidos va en aumento y que, ante el temor de
ser asaltados y muertos, ha disminuido el número de quienes cubren los
horarios nocturnos.
Las calles de la capital se están tornando cada vez más inseguras y
mucha gente evita usar prendas valiosas o portar mucho dinero cuando
circulan de noche. Se dice que un taxista de la piquera de Alamar fue
asesinado tras haber sido violentamente golpeado, y también trascendió
extraoficialmente el asesinato de un profesor de la Universidad Técnica
de La Habana (CUJAE), desaparecido durante unos dos meses y cuyo cadáver
apareció en estado de descomposición en las cercanías del Hospital
Naval, en La Habana del Este.
La escalada de violencia delictiva parece no tener fin, en medio de
una incertidumbre social ya suficientemente sustentada por las carencias
materiales, el aumento de los precios, la depresión del poder
adquisitivo de los ciudadanos y la ausencia de un programa gubernamental
realista que trace propuestas, acciones y fechas para remontar la
actual situación.
Mientras, los periódicos dedican sus páginas a reseñar el celo de los
administradores de la economía para detectar violaciones y hechos
delictivos que atenten contra la propiedad del Estado, es decir, de la
casta gobernante. Han rodado cabezas de funcionarios de diferentes
niveles y rangos, generalmente asociados a empresas de capital mixto u
otras que producen atractivos dividendos. Algunos hechos de corrupción
se han divulgado oficialmente, siempre que no impliquen demasiado a la
casta gobernante, pero no existe referencia alguna al hervidero
delincuencial que amenaza con desbordar la ciudad.
Los peligros se potencian por cuanto el sentimiento de indefensión
puede conducir a una espiral de violencia. Por estos días, en el portal
del Centro Comercial Carlos III, un joven comentaba que ante lo que está
ocurriendo más valía hacerse de un arma para defenderse y proteger a la
familia. El corrillo asistente emitió criterios de aprobación general.
"Si vienen a asaltarme o entran en mi casa, halo por un arma y me
llevo al que sea. Es una cuestión de él o mi familia, porque el que
entra en una casa está dispuesto a todo".
Desde luego, no se puede acusar a un hombre o mujer común por querer
defender a los suyos cuando se sienten amenazados. La respuesta violenta
contra la violencia nunca es deseable, pero en este caso brota debido
al silencio e incapacidad oficial para enfrentar el problema. A fin de
cuentas, un ciudadano cualquiera se siente más apremiado por la
posibilidad de que un ladrón irrumpa en su domicilio en plena ciudad y
con la mayor impunidad, que por la avaricia y corrupción de un
funcionario que se embolsille sin más los billetes de los Castro.
Hasta el momento, todo transcurre sin que las autoridades den señales
de enterarse. La gente comienza a sentirse más urgida de solucionar por
sí misma lo que los encargados del orden no pueden o no quieren
resolver. Diríase que solo funcionan los cuerpos represivos dedicados a
tratar de sofocar los focos de disidencia que se siguen multiplicando en
toda la Isla. Los medios de prensa continúan proyectando una Cuba de
mentiritas. ¿Y los gobernantes? Bien, gracias.
Fuente: http://www.diariodecuba.com/cuba/9670-senales-del-caos-que-se-avecina