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jueves, 6 de septiembre de 2012

Operación adoquín: Arruinando a los artesanos cubanos


Operación adoquín



Operación adoquín se llamó al operativo policial que acabó con los Sábados de la plazadonde los habaneros adquirieron, a principios de los 80s, bisutería, calzado, y confecciones de vestir confeccionados por artesanos locales, paliando con ello la escasa oferta de las tiendas minoristas. Estos sábados constituyeron, para muchos, un evento cultural que sobrepas’o los l’imites estrictamente comerciales entre los que surgió, l’imites diría que casi perentorios. Me han dicho que fue tanto su auge y tan buena la calidad de los productos que no solamente desplazaron en la preferencia de cierto público nacional a los bienes de consumo capitalistas (hablando en términos de la Guerra Fría), sino que incluso atrajeron a firmas comerciales alemanas y francesas, interesadas en patrocinar la pujante artesanía local.
La operación adoquín desarticul’o los mecanismos que podían haber hecho crecer la mejor artesanía cubana, pero no la extinguió, al menos la de corte utilitario. Años después, ya finalizando los 80s, éramos muchos los estudiantes del pre Saúl Delgado los que viajábamos, desde nuetro céntrico Vedado, donde siempre teníamos la conveniencia de adquirir las sandalias que hacía el magnífico Carlos Télles, ahí mismo frente al parque de nuestra escuela, hasta el paradero de Playa, donde tomábamos la única ruta que nos llevaba a cierto municipio del oeste de la Habana donde otro artesano hacía unas boticas de piel estilo Robin Hood en colores que iban del gris claro al rojo carmín.
El año pasado, Emilio Ichikawa publicó:
La Operación Adoquín sale a la luz en la prensa oficial como acción policial que depura de artesanos ilícitos a las plazas de Armas y de la Catedral. La venta de artesanía venía arraigando allí desde la década anterior, cuando carpinteros y herreros, modistas y bordadoras, joyeros y talabarteros, alfareros y otros empezaron a plantar los sábados sus timbiriches frente a la catedral.
Aquello se convirtió en mercado abierto y se extendió a la Plaza de Armas, frente al Palalcio de los Capitanes Generales. Las autoridades dieron pita larga para ver hasta dónde llegaba el ingenio cubiche, porque salvo los basureros no había otro mercado de insumos para hacer artesanías que las propias empresas estatales. Ni otras vías de suministro que robo o cambalache.
Entonces pasó algo que se llevó de pronto a la mayoría de los artesanos, quienes fueron a dar a la cárcel bajo cargos de actividad económica ilícita y otros delitos contra la propiedad social de todo el pueblo. De este modo el casco histórico habanero quedó acendrado para su proclamación (diciembre 14, 1982) como Patrimonio Histórico de la Humanidad. La Oficina del Historiador se encargó de controlar administrativamente el movimiento artesano y hacia diciembre de 2009 sobrevino la mudanza y concentración de los artesanos de la Catedral al Centro Cultural Antiguos Almacenes San José (Avenida del Puerto), restaurados ad hoc. Dizque el trámite de acreditación como artesano se cobra en chavitos y la renta de espacios, en pesos cubanos.
El movimiento artesano había cobrado impulso a fines de la década de 1960 con egresados y defectores de la Escuela Nacional de Arte (ENA), quienes se reorientaron al no consagrarse como artistas plásticos. Así mismo se reanimaron otras muchas tradiciones artesanales, como bordado y deshilado, que darían pie (1979) a las Ferias de Arte Popular.
Tras la Operación Adoquín se creó (1986) la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA), como cristalización burocrática de la artesanía redefinida en términos artísticos. El auge del turismo propiciaría que los artesanos se concentraran en obras de carácter único para la venta puntual. Lo funcional artesano cedió a lo artístico profesional y la característica repetitiva de la artesanía deja de ser consustancial.
Un amigo me contó que, por entonces, la recortería de piel que sobraba de los talleres estatales se quemaba, opción preferible antes que venderla a los artesanos privados.
Aquí dejo un fragmento de una entrevista al actor, director y productor Marcos Miranda publicada en Cuba Inglesa, donde cuenta las circunstancias que lo convirtieron en artesano y su relación con el movimiento de artesanos de la plaza de la catedral:
¿Vienes directamente a Miami o tienes tu “largo viaje” como muchos otros cubanos?
Mi salida definitiva de Cuba no pasó hasta 1984, y lo hice por España, donde viví 7 años. Una experiencia extraordinaria, que me devolvió la fe en la humanidad, que casi pierdo en Cuba. Desde año 1980 hasta el 1984, fue una época muy dura en la isla para todos los que presentamos nuestra salida del país. Nos sacaron del trabajo y sin posibilidades de recuperarlo o encontrar nuevos. Recuérdese que el sistema comunista no permite la actividad laboral privada de manera oficial, y en aquel momento no existían empresas mixtas ni corporaciones extranjeras donde pudiéramos prestar nuestros servicios ni mi esposa ni yo. La única posibilidad o camino a tomar cristalizó en hacernos artesanos (más bien zapateros) y vender nuestra producción en La Plaza de La Catedral.
¿Entonces puedo asumir que te arrestaron en la famosa “Operación Adoquín”, donde muchos artesanos, sin prueba o delito aparente, fueron a parar a los calabozos del DTI en La Habana?
No. Nunca me di a conocer como artesano. Jamás me inscribí como tal. Y aunque lo hubiese querido, como era mi deseo realmente, mi condición de “gusano” que se iba del país, me lo impedía. Mi hermano Carlos, y mi amigo, el actor Mike Romay (e.p.d.), vendían mi producción. Creo que me salvé porque nunca fui a La Plaza, a pesar de que a Norma, mi esposa, y a mí, nos interesaba aquel peculiar movimiento artístico, y también empresarial, donde el arte y la gestión de ventas se pusieron de manifiesto, y de manera muy próspera e independiente, como no había pasado antes del 59. Además, mis pocas apariciones en la calle como cualquier ciudadano de a pie y sin acceso a los medios, que hice luego de mi renuncia al ICRT como director, escritor y actor, bastaron para que fuera llamado nuevamente al Departamento de Seguridad del Estado, donde se me “aconsejó” que no saliera a la calle porque el público me reconocía como El Ingeniero de “En silencio ha tenido que ser” o El Abuelo Pacode “Variedades Infantiles”. Eso, según “ellos”, “ponía en peligro” el permiso para mi salida definitiva de Cuba. De modo que, a partir de ese momento, comenzó mi condena de cuatro años de prisión domiciliaria.
Farola de la Avenida del Puerto, Habana Vieja. Foto tomada de FB