Por Lázaro Tirador Blanco
Del discurso del Cardenal Jaime Ortega, televisado en Cuba el pasado 14 de marzo y dedicado a la visita que realizará a la Isla Esclavizada el Papa Benedicto XVI del 23 al 26 de este mes, lo que más me sorprendió fue la manera amena con que describe las características del pontífice y de sus intentos múltiples para comprometerlo a esta visita a Cuba. Esto sería de esperar de parte del Cardenal como preámbulo de la visita papal al país, si Cuba fuera el caso de un país que gozara de los más elementales derechos ciudadanos y no de una esclavitud total en todos los sentidos de la palabra, oprimida por la más larga, férrea y cruel dictadura de la Era Moderna.
Ni una palabra dedicó el señor Ortega a la situación deplorable, angustiosa y terrible en que se encuentran los cubanos que están presos sólo por disentir del régimen pacíficamente y anhelar la libertad de expresión, de pensamiento y de elección de su sistema de vida a las que tienen derecho los seres humanos.
Sabemos que el Cardenal Ortega fue el consejero de los Castro para que usaran la misma estrategia que cuando la visita de Juan Pablo II en el 2002 y que se resumen en liberar a algunos presos, permitir algunos cultos religiosos públicos y masivos y brindar al visitante una apariencia de bondad y comprensión que le impresionen a su favor.
En esta oportunidad, la adulonería increíble y la bajeza servil del Cardenal ha llegado al extremo de pedir a las fuerzas represivas del régimen que echaran fuera de una iglesia a un grupo de creyentes que sólo pretendían llamar la atención de la opinión pública para que sus reclamos ciudadanos fueran escuchados por Benedicto XVI. Este señor parece haber olvidado la manera en que estos mismos Castro enviaban a sus sabuesos a sacar por la fuerza de las iglesias a creyentes disidentes que buscaban refugio en ellas y que también dentro de las filas de los católicos hay mártires y víctimas de la tiranía castrista. De ellos se burla el señor Ortega al conspirar con los verdugos para tratar de dar al Papa una imagen edulcorada de una tiranía sangrienta, represora y violadora de los más elementales derechos humanos de su propio pueblo.
El discursito fue instructivo sobre el amor papal y la historia de la vida y obra del distinguido visitante. Pero también fue sumiso ante las disposiciones que de seguro le impuso el régimen –por si el valor le alcanzara al Cardenal Ortega-, sobre no mencionar el hambre, la falta de libertades ciudadanas, de derechos de expresión, de proponer y escoger el sistema político y gubernamental, la libertad de viajar fuera del país sin restricciones y todos los demás derechos elementales de los seres humanos que se violan en Cuba hace más de 50 años.
Es un milagro que Ortega no haya mencionado al cocodrilito que el Papa envió como delantera de su comitiva. Parece que la sensibilidad papal se sintió conmovida por la manera en que esa especie de cocodrilo auténtico de Cuba se está extinguiendo por la depredación y el comercio ilícito. Sin dudas fue un gesto loable de humanidad y preocupación papal ante la injusticia hacia el animalito cubano.
Esperemos que si un simple animal fue capaz de conmover al Papa Benedicto XVI, la muerte de dignos seres humanos –hechos a imagen y semejanza de nuestro Dios (Génesis 1:27), como Orlando Zapata Tamayo, Pedro Luis Boitel, Wilmar Villar, Laura Pollán y muchos otros que harían interminable la lista; además de los que sufren maltrato en las cárceles y en las calles por disentir y protestar contra la sangrienta tiranía, hagan que Benedicto XVI levante su voz en Cuba para pedir que se respeten los más elementales derechos humanos que son violados cada día en nuestra amada Cuba, que según el Cardenal Ortega él también ama.
De no ser así, quizás nos haya enviado a los cubanos una imagen que debiéramos entender como una cábala y que se refiera a que el Cocodrilo en Jefe sólo merece recibir de regalo a sus semejantes los cocodrilos reales.
Confiemos en que si el Papa no se atreviera a clamar abiertamente por la libertad de los cubanos, para todos quede claro que la corrupción que ha generado el castrocomunismo en el mundo como una plaga, ha llegado a contaminar también al Vaticano.
Las palabras finales del discurso del Cardenal Jaime Ortega en la televisión gubernamental cubana son un apoyo tácito al régimen y una burla ante las necesidades materiales –que él no sufre-, pero sufre el pueblo cubano: “Que el Señor nos conceda un buen tiempo y una presencia del Papa en Cuba que dejará esa huella espiritual no contabilizable, no reducible a estadísticas, pero que será siempre también en nuestro corazón, en el espíritu del pueblo, porque en último término la espiritualidad del pueblo es tan importante, muchas veces, como sus necesidades materiales”.
Indudablemente este señor Ortega es -además de católico-, acólito de los Castro. Dios libre a Cuba de cocodrilos como este, aunque tengamos que cambiarlo por el que envió el Papa, siempre que se lleve a este de Cuba.
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