Armando F. Valladares
La
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos está presionando al
gobierno estadounidense para que éste efectúe la “completa abolición” del
embargo comercial y “elimine sistemáticamente” todas las restricciones
actualmente existentes contra Cuba comunista. Los obispos alegan que con esos
pasos unilaterales se beneficiaría sobre
todo a los cubanos más “simples” y a los más “marginalizados”, se abriría el
camino para una "mayor libertad", inclusive religiosa, y se
contribuiría a mejorar la situación de los "derechos humanos". Es lo
que se afirma en una carta firmada por monseñor Richard E. Pates, presidente
del Comité de Justicia Internacional y Paz de la Conferencia de Obispos
Estadounidenses, en nombre de sus pares, dirigida a la secretaria de Estado,
Sra. Hillary Clinton.
Los obispos
católicos exigen que se restablezcan las
relaciones diplomáticas con el régimen comunista de La Habana, sin ponerle a
éste absolutamente ninguna condición. Negocio redondo. El régimen saldría
enteramente ileso; tendría todo para ganar, nada para perder. Sería una fiesta
para los carceleros de La Habana. Por el contrario, en la hora de las
condiciones, los obispos se vuelven de una manera implacable contra el gobierno
estadounidense y ponen la capitulación diplomática como una condición
indispensable para promover las libertades y los derechos humanos en la isla.
Siguiendo el sui generis
raciocinio episcopal, si los Estados Unidos no ceden total e
incondicionalmente, entonces sería el gobierno estadounidense, y no el régimen
castrista, el gran responsable por la continuidad de la opresión y del
sufrimiento en Cuba. Se contribuye de esa manera a sacarle el merecido fardo al
régimen comunista por la falta total de esas libertades y a colocarlo
completamente en las espaldas del gobierno estadounidense.
Los obispos
católicos tratan así de transformar lo negro en blanco, y lo blanco en negro.
Confunden efecto con causa. Parecen desconocer que el “embargo externo”
estadounidense es un efecto, que puede ser discutible, de la indiscutible causa
profunda de la tragedia cubana, que es el “embargo interno” que mantiene el
régimen comunista desde hace 53 largos años contra los fieles católicos cubanos
y contra 11 millones de cubanos de la isla.
Al gobierno estadounidense
los obispos le exigen levantar totalmente el embargo externo, y le recriminan
sus alegados “efectos dañinos”. Al régimen cubano no se le pide en
contrapartida absolutamente ninguna “abolición” y ninguna “eliminación” del
andamiaje constitucional, jurídico y policial que asfixia a los habitantes de
la isla-cárcel, un andamiaje, ese sí, intrínsecamente "dañino".
La omisión
no podía ser más flagrante y el episcopado católico de los Estados Unidos
manifiesta de esa manera una increíble condescendencia con el régimen cubano,
violador sistemático de todos y cada uno de los derechos de Dios y de los
hombres.
Los obispos católicos
estadounidenses, que en su país se han manifestado tantas veces contra el
aborto, en una clara actitud “pro-vida”, con relación al pueblo cubano
indefenso pasan a actuar como activos embajadores “ad hoc” del régimen opresor
y, por lo tanto, se colocan en una nítida actitud "pro-muerte" y, por
lo tanto, “pro-castrista”.
Casi al
mismo tiempo, pocos días después del lamentable documento de la Conferencia de
Obispos Católicos de los Estados Unidos, el cardenal de La Habana, monseñor
Jaime Ortega, pronunció una conferencia en la Universidad de Harvard, en la
cual acusó de “antiguos delincuentes comunes”, de “gente sin nivel cultural”, e
inclusive “algunos con trastornos psicológicos” a 13 cubanos que días antes de
la llegada de Benedicto XVI a Cuba ocuparon la Basílica Menor de la Iglesia de
Nuestra Señora de la Caridad, en La Habana. El cardenal acudió a la policía
política para desalojarlos. En Harvard juró que “no fueron sacados a la
fuerza”, cuando en realidad fueron reducidos por fuerzas especiales del régimen
comunistas a golpes y patadas. Y remató diciendo que la ocupación de esa
iglesia fue “fraguada en Miami”, en un increíble y gratuito ataque al destierro
cubano.
El cardenal Jaime Lucas
Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, en realidad dijo en Harvard, algo que
un adiestrado y sumiso agente del régimen hubiera dicho. ¿Dónde están las
pruebas del cardenal Ortega para tan graves acusaciones contra indefensos
opositores cubanos y contra el destierro de Miami? ¿Cuál es la fuente de esas
pruebas? Y sobre todo, ¿cuál sería el “crimen”? ¿El hecho de ser opositores al
régimen comunista, en defensa de la fe, de los derechos de Dios y de los
derechos de los cubanos? Hemos llegado a
una situación asombrosa e inimaginable en materia de servilismo eclesiástico y
de cooperación con el régimen comunista.
Como si lo
anterior fuera poco, existe algo más grave y más perturbador del punto de vista
de los fieles católicos y de la propia perseverancia en la fe. A los ojos de la
opinión pública, los obispos “pro-muerte” y un cardenal que objetivamente actúa
como si fuera un “agente” del régimen, con sus conductas inexplicables, no
parecen sino seguir las orientaciones de S.S. Benedicto XVI y de los más altos
personeros de la secretaría de Estado del Vaticano quienes antes, durante y
después del reciente viaje papal a Cuba solicitaron el levantamiento del
embargo comercial estadounidense. Sí, es lo más grave y lo más perturbador
porque los más altos Pastores de la Iglesia católica, a los ojos del rebaño
pasan a ser vistos como la punta de lanza diplomática más eficaz para salvar
del derrumbe al régimen castrista, a cualquier costo. Aún resuena la
advertencia del fallecido arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Pedro
Meurice, realizada en 1986: “Nos consideraban una Iglesia de mártires y ahora
algunos dicen que somos una Iglesia de traidores”.
Esa
situación, y otras similares por las que atraviesa la historia de la Iglesia
cubana desde hace décadas, de colaboracionismo con el régimen castrista,
parecieran ilustrar palabras de Paulo VI sobre la autodemolición y el humo de
Satanás en la Iglesia.
Hace años,
en un simposio donde se recordaron los peores crímenes comunistas, oí el
dramático caso de un sacerdote de un pueblito del Este europeo, tenido como
respetable por todos sus fieles, quien un día, durante una Misa, dijo que en
realidad él no creía en la Iglesia, que había perdido la fe y que había
adherido a la siniestra “fe” comunista. Comenzó a sacarse sus paramentos, pieza
sagrada por pieza sagrada, dejándolas una por una encima del altar, hasta
quedarse en ropas civiles. Sus feligreses, atónitos, muchos de ellos llorando
desconsolados, de repente se pusieron de pie y comenzaron a rezar y cantar el
Credo. Creían y esperaban ellos, según el consejo de San Pablo, contra toda
esperanza.
Que la
Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, fortifique hasta un grado
heroico la fe del rebaño cubano, dentro y fuera de Cuba. Y que a todos nos dé
fuerzas para que, pese a tantas pruebas espirituales causadas por actitudes
desconcertantes de tan altos eclesiásticos, continuemos rezando el Credo y
esperando contra toda esperanza, con la certeza de que las puertas del infierno
no prevalecerán.
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