Ha dejado de llover y una brisa suave y fresca abraza con ternura la noche de esta aturdida ciudad. Nos acercamos por la calle G al desértico malecón. Del otro lado del muro un extenso abismo negro se tiende hasta unas luces que en la distancia denuncian que el espacio no es un vacío sin límites. Mi experiencia de marino descubre que son dos barcos anclados o en stand by porque todas las luces de cubierta están encendidas y esa no es costumbre en la navegación, por lo que les atribuyo un propósito gubernamental.
Del otro lado, a intervalos sublimes se elevan en la penumbra las luces de libertad. La mirada de algunos será empañada por las nostalgias y en los ojos húmedos ahogarán un lamento. A otros la rabia le morderá los labios. Muchos soñarán con el deseo en el salto de la penumbra. Algunos resignados a la esperanza abrazarán el viento. No faltarán los que cerrando el puño con soberbia agregarán una porción de odio a sus deshumanizados corazones. Y los más ciegos a las razones del derecho y la justicia permanecerán indiferentes. Todos somos cubanos. Cerca de nosotros hay cuatro personas, dos hombres lanzando infructuosamente su nylon al mar y un par de jovencitas desinformadas como el mayor por ciento del pueblo de Cuba: ansioso de libertad pero confundido en el necesario valor para conquistarla. Accionamos las cámaras y la pequeña Olivia con la ingenuidad de los infantes alza y mueve sus manos saludando el oscuro espacio, pocos cubanos la ven en ese tan diáfano y puro acto de niñez, pero Dios la observa.
Un policía se acerca. Del otro lado de la avenida se ha detenido un auto policial y paran a alguien para registrarlo. El policía que se ha acercado acciona su equipo de comunicación. Mi cámara y la de Arabel también se accionan, una hacia el mar, la otra hacia nosotros. Tememos perder las cámaras y nos vamos. No gritamos libertad pero no estamos ausentes a su pedido. Un abrazo para los del otro lado.
Del otro lado, a intervalos sublimes se elevan en la penumbra las luces de libertad. La mirada de algunos será empañada por las nostalgias y en los ojos húmedos ahogarán un lamento. A otros la rabia le morderá los labios. Muchos soñarán con el deseo en el salto de la penumbra. Algunos resignados a la esperanza abrazarán el viento. No faltarán los que cerrando el puño con soberbia agregarán una porción de odio a sus deshumanizados corazones. Y los más ciegos a las razones del derecho y la justicia permanecerán indiferentes. Todos somos cubanos. Cerca de nosotros hay cuatro personas, dos hombres lanzando infructuosamente su nylon al mar y un par de jovencitas desinformadas como el mayor por ciento del pueblo de Cuba: ansioso de libertad pero confundido en el necesario valor para conquistarla. Accionamos las cámaras y la pequeña Olivia con la ingenuidad de los infantes alza y mueve sus manos saludando el oscuro espacio, pocos cubanos la ven en ese tan diáfano y puro acto de niñez, pero Dios la observa.
Un policía se acerca. Del otro lado de la avenida se ha detenido un auto policial y paran a alguien para registrarlo. El policía que se ha acercado acciona su equipo de comunicación. Mi cámara y la de Arabel también se accionan, una hacia el mar, la otra hacia nosotros. Tememos perder las cámaras y nos vamos. No gritamos libertad pero no estamos ausentes a su pedido. Un abrazo para los del otro lado.
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