La Habana: urbanización “a la cañona” 12:35
Autor: Luis Cino Álvarez | Comentarios | Destacados, barrios marginales, cuba, La Habana, microbrigadas, urbanística
LA HABANA, Cuba. — Las medidas contra las ilegalidades constructivas, impuestas por el gobierno, agrava la crisis habitacional, crea más descontento entre la población y propicia la corrupción, porque no hay dudas de que proliferarán los sobornos a inspectores y funcionarios.
Según muy conservadores datos oficiales, en todo el país hay un déficit habitacional de más de 700.000 viviendas. Más de la tercera parte de ese déficit afecta a la superpoblada capital, donde sería necesario construir no menos de 28 000 casas para empezar a paliar solamente un poco el problema. Pero el año pasado solo se construyeron en todo el país 25.634 viviendas, casi la mitad de ellas no por el Estado, sino por sus propios moradores.
Ocurrencias del máximo líder
Las microbrigadas fueron, a inicios de los años 70, la solución que se le ocurrió al Máximo Líder para enfrentar el problema de la vivienda, que ya desde entonces se pintaba peliagudo.
Para optar por un apartamento había que integrarse a una de aquellas brigadas constructoras, en las que se trabajaba 14 horas diarias y más, de lunes a sábado, amén de los domingos rojos y la participación en las actividades políticas orientadas por el Partido o el sindicato.
Los integrantes de las brigadas, además de construir el edificio donde morarían, también estaban obligados a participar en la edificación de obras sociales, que podían ser lo mismo una escuela o un consultorio médico que un túnel que sirviera de refugio en caso de un ataque aéreo norteamericano.
Los apartamentos eran otorgados en asambleas donde se analizaban los méritos laborales y políticos de los micro-brigadistas. Aquellas reuniones terminaban convertidas en ollas de grillos –o de alacranes- donde los compañeros de trabajo se chivateaban y se echaban en cara los trapos sucios, que lo mismo podían ser problemas ideológicos (chistes, comentarios o confidencias escuchados alguna vez), acusaciones de robo de materiales o comida, que otros de carácter más intimo, como infidelidades conyugales o sospechas de homosexualismo. No pocas enemistades de por vida entre familias se originaron en aquellas “asambleas de méritos”.
Palomares de proletariado
Así, se erigieron en todo el país, varias decenas de barrios de micro-brigadas. En las afueras de la capital estaban Alamar, San Agustín, el Reparto Eléctrico, Alta Habana, Mulgova y otros. Eran barrios compuestos por bloques de cinco pisos, todos iguales, cuadrados, feos, indistinguibles unos de otros de no ser por los números que los señalizaban y que poco contribuían a que uno no se perdiera en el laberinto de trillos y pasillos entre los edificios.
Aquellos antiestéticos palomares del proletariado, las versiones socialistas de las cuarterías, pensados para reforzar el colectivismo y el control social, eran casi idénticos a los de la Unión Soviética y el resto de los países de la Europa Oriental. Sólo los salvaba de la grisura y la monotonía absoluta, la vegetación del trópico, que brotaba incontenible en los parques, trillos y jardines –si se puede llamar así a la mezcla de rosales y platanales-, y sus bullangueros moradores, que nada tenían que ver con la melancolía de los eslavos, por muy similares que fueran sus circunstancias.
Solo así, por el sol del trópico, la vegetación exuberante y la gente, uno lograba convencerse de que realmente no estaba en “la Siberia”, como invariablemente llamaban en todos los barrios -lo mismo en Alamar, en el Eléctrico que en los demás-, a los edificios más alejados de la carretera.
Con el tiempo, estos edificios resultaron insuficientes. Las familias que los moraban fueron creciendo y como ya no cabían en los apartamentos, de dos habitaciones la mayoría y algunos de tres, decidieron agrandarlos. Para ello, tuvieron que hacer divisiones, abrir o clausurar puertas y ventanas, cerrar balcones, portales y patios para convertirlos en cuartos. Los más afortunados, los que tenían carros y motos, construyeron improvisados garajes, casi siempre comunes.
Durante el Periodo Especial, a pesar de los vecinos que protestaban por la peste, proliferaron los corrales de gallinas, puercos y chivos. Y cuando el gobierno autorizó el trabajo por cuenta propia, habilitaron espacios para talleres y cafeterías.
Timbiriches de supervivencia
Ahora que el gobierno se ha propuesto adecentar a las masas desmandadas -proletarios, lumpens y lacras, todos mezclados en la precariedad y los más inventivos y heterodoxos mecanismos de supervivencia- han emprendido una cruzada contra lo que denominan “ilegalidades e indisciplinas sociales”. Y en medio de esa cruzada, pretenden restablecer el orden y la disciplina urbanística.
Inspectores de Planificación Física, un organismo dirigido también, como no, por un general, y de la proverbialmente corrupta Dirección de Vivienda, apoyados por la policía, recorren los barrios de microbrigadas, imponiendo multas y dando plazos, sin escuchar razones, para que retiren, antes que las autoridades los desmantelen a la fuerza, vallas, cercas, tabiques, cobertizos, parqueos y timbiriches.
¡Vaya momento que han escogido los mandamases para restablecer el orden arquitectónico! Con el monstruoso déficit habitacional de más de mil viviendas. Pero los mandamases que dictan las disposiciones, viven en cómodas mansiones, y poco les importan las miles de familias que viven hacinadas en apartamenticos-covachas.
En vez de legalizar lo ya hecho, si la infracción no es grave y no perjudica a los demás vecinos, o si acaso dejarlo en una multa razonable, obligan a demoler. Los mandamases prefieren que esos metros cuadrados arrancados a los necesitados vuelvan a ser terrenos baldíos, inundados por la yerba, atiborrados de basura y escombros, poblados por moscas y ratones.
Urbanización “a la cañona”
Es cierto que da grima y deprime caminar por entre los edificios de microbrigadas de Alamar o el Reparto Eléctrico, entre cercas hechas con chapas de zinc y de metal oxidado, empalizadas, yerbazales, montones de basura sin recoger, salideros de aguas albañales, perros hambreados y sarnosos, tendederas, ancianos-zombis, muchachos que juegan pelota o fútbol en la calle, hombres sin camisa y mujeres igualmente semidesnudas y con rolos, que mientras cargan cubos de agua o corren a hacer cola para comprar algo de comer, se gritan insultos y bromas soeces en las escaleras, los pasillos o de un edificio a otro.
No es muy distinta la situación si se recorre Centro Habana o Diez de Octubre. Solo que en lugar de los bloques de edificios, hay cuarterías con barbacoas y edificios ruinosos, a punto de derrumbarse. Y ni hablar de los llega y pon, que las autoridades prefieren llamar eufemísticamente “barrios insalubres”.
En cualquier sociedad es loable el mantenimiento del orden arquitectónico y de las reglas urbanísticas, solo que la cubana, luego de más de medio siglo de desastrosos experimentos socialistas, es una sociedad completamente anómala. Cualquier intento de normalización “a la cañona”, sin resolver las causas de las anomalías, más que resolver problemas, los agrava. O crea nuevos problemas. Y siempre los más humildes son los más afectados. Pero al parecer, los mandarines y sus mandamases, siempre tan cortos de vista, no son capaces de discernir esto.
luicino2012@gmail.com
http://www.cubanet.org/destacados/la-habana-urbanizacion-a-la-canona/
Autor: Luis Cino Álvarez | Comentarios | Destacados, barrios marginales, cuba, La Habana, microbrigadas, urbanística
Barrio del Fanguito, a orillas del Río Almendares |
Según muy conservadores datos oficiales, en todo el país hay un déficit habitacional de más de 700.000 viviendas. Más de la tercera parte de ese déficit afecta a la superpoblada capital, donde sería necesario construir no menos de 28 000 casas para empezar a paliar solamente un poco el problema. Pero el año pasado solo se construyeron en todo el país 25.634 viviendas, casi la mitad de ellas no por el Estado, sino por sus propios moradores.
Ocurrencias del máximo líder
Las microbrigadas fueron, a inicios de los años 70, la solución que se le ocurrió al Máximo Líder para enfrentar el problema de la vivienda, que ya desde entonces se pintaba peliagudo.
Para optar por un apartamento había que integrarse a una de aquellas brigadas constructoras, en las que se trabajaba 14 horas diarias y más, de lunes a sábado, amén de los domingos rojos y la participación en las actividades políticas orientadas por el Partido o el sindicato.
Los integrantes de las brigadas, además de construir el edificio donde morarían, también estaban obligados a participar en la edificación de obras sociales, que podían ser lo mismo una escuela o un consultorio médico que un túnel que sirviera de refugio en caso de un ataque aéreo norteamericano.
Los apartamentos eran otorgados en asambleas donde se analizaban los méritos laborales y políticos de los micro-brigadistas. Aquellas reuniones terminaban convertidas en ollas de grillos –o de alacranes- donde los compañeros de trabajo se chivateaban y se echaban en cara los trapos sucios, que lo mismo podían ser problemas ideológicos (chistes, comentarios o confidencias escuchados alguna vez), acusaciones de robo de materiales o comida, que otros de carácter más intimo, como infidelidades conyugales o sospechas de homosexualismo. No pocas enemistades de por vida entre familias se originaron en aquellas “asambleas de méritos”.
Edificio de microbrigadas, palomares del proletariado |
Así, se erigieron en todo el país, varias decenas de barrios de micro-brigadas. En las afueras de la capital estaban Alamar, San Agustín, el Reparto Eléctrico, Alta Habana, Mulgova y otros. Eran barrios compuestos por bloques de cinco pisos, todos iguales, cuadrados, feos, indistinguibles unos de otros de no ser por los números que los señalizaban y que poco contribuían a que uno no se perdiera en el laberinto de trillos y pasillos entre los edificios.
Aquellos antiestéticos palomares del proletariado, las versiones socialistas de las cuarterías, pensados para reforzar el colectivismo y el control social, eran casi idénticos a los de la Unión Soviética y el resto de los países de la Europa Oriental. Sólo los salvaba de la grisura y la monotonía absoluta, la vegetación del trópico, que brotaba incontenible en los parques, trillos y jardines –si se puede llamar así a la mezcla de rosales y platanales-, y sus bullangueros moradores, que nada tenían que ver con la melancolía de los eslavos, por muy similares que fueran sus circunstancias.
Solo así, por el sol del trópico, la vegetación exuberante y la gente, uno lograba convencerse de que realmente no estaba en “la Siberia”, como invariablemente llamaban en todos los barrios -lo mismo en Alamar, en el Eléctrico que en los demás-, a los edificios más alejados de la carretera.
Con el tiempo, estos edificios resultaron insuficientes. Las familias que los moraban fueron creciendo y como ya no cabían en los apartamentos, de dos habitaciones la mayoría y algunos de tres, decidieron agrandarlos. Para ello, tuvieron que hacer divisiones, abrir o clausurar puertas y ventanas, cerrar balcones, portales y patios para convertirlos en cuartos. Los más afortunados, los que tenían carros y motos, construyeron improvisados garajes, casi siempre comunes.
Durante el Periodo Especial, a pesar de los vecinos que protestaban por la peste, proliferaron los corrales de gallinas, puercos y chivos. Y cuando el gobierno autorizó el trabajo por cuenta propia, habilitaron espacios para talleres y cafeterías.
Timbiriches de supervivencia
Ahora que el gobierno se ha propuesto adecentar a las masas desmandadas -proletarios, lumpens y lacras, todos mezclados en la precariedad y los más inventivos y heterodoxos mecanismos de supervivencia- han emprendido una cruzada contra lo que denominan “ilegalidades e indisciplinas sociales”. Y en medio de esa cruzada, pretenden restablecer el orden y la disciplina urbanística.
Solar habanero, donde viven hacinadas decenas de familias |
¡Vaya momento que han escogido los mandamases para restablecer el orden arquitectónico! Con el monstruoso déficit habitacional de más de mil viviendas. Pero los mandamases que dictan las disposiciones, viven en cómodas mansiones, y poco les importan las miles de familias que viven hacinadas en apartamenticos-covachas.
En vez de legalizar lo ya hecho, si la infracción no es grave y no perjudica a los demás vecinos, o si acaso dejarlo en una multa razonable, obligan a demoler. Los mandamases prefieren que esos metros cuadrados arrancados a los necesitados vuelvan a ser terrenos baldíos, inundados por la yerba, atiborrados de basura y escombros, poblados por moscas y ratones.
Urbanización “a la cañona”
Es cierto que da grima y deprime caminar por entre los edificios de microbrigadas de Alamar o el Reparto Eléctrico, entre cercas hechas con chapas de zinc y de metal oxidado, empalizadas, yerbazales, montones de basura sin recoger, salideros de aguas albañales, perros hambreados y sarnosos, tendederas, ancianos-zombis, muchachos que juegan pelota o fútbol en la calle, hombres sin camisa y mujeres igualmente semidesnudas y con rolos, que mientras cargan cubos de agua o corren a hacer cola para comprar algo de comer, se gritan insultos y bromas soeces en las escaleras, los pasillos o de un edificio a otro.
No es muy distinta la situación si se recorre Centro Habana o Diez de Octubre. Solo que en lugar de los bloques de edificios, hay cuarterías con barbacoas y edificios ruinosos, a punto de derrumbarse. Y ni hablar de los llega y pon, que las autoridades prefieren llamar eufemísticamente “barrios insalubres”.
En cualquier sociedad es loable el mantenimiento del orden arquitectónico y de las reglas urbanísticas, solo que la cubana, luego de más de medio siglo de desastrosos experimentos socialistas, es una sociedad completamente anómala. Cualquier intento de normalización “a la cañona”, sin resolver las causas de las anomalías, más que resolver problemas, los agrava. O crea nuevos problemas. Y siempre los más humildes son los más afectados. Pero al parecer, los mandarines y sus mandamases, siempre tan cortos de vista, no son capaces de discernir esto.
luicino2012@gmail.com
http://www.cubanet.org/destacados/la-habana-urbanizacion-a-la-canona/
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