El ensayo general pudo haber sido en Chile, y les funcionó muy bien.
El Castro-Narco-Chavismo, herido por la
sublevación de los jóvenes venezolanos contra el títere Maduro, decidió
demostrarle al mundo que eso de las protestas juveniles es un fenómeno
universal, y que ellos pueden desencadenarlas cada vez que les dé la
gana.
Para demostrarlo, los agentes de La
Habana en Santiago decidieron, después de más de veinte años de
gobiernos pro-castristas en Chile, que el incremento del precio del
Metro era una afrenta insalvable a la dignidad humana, y una prueba
infalible de la existencia de una desigualdad sistémica que fue
ignorada, con disciplina marxista, durante más de dos décadas de
gobiernos chilenos de izquierda.
Ese absurdo ideológico permitió darles la
orden a las tropas de choque del Castro-Narco-Chavismo para que
salieran a las calles de Chile a catalizar la radicalización, una
palabreja que a ellos les encanta, de esa fracción de los jóvenes
chilenos (hay gente para todo) que estuvieran dispuestos a quemar,
destruir, mentir, amenazar y crear el caos.
Las características esenciales de esas protestas fueron:
- Organizadores con antecedentes marxistas y pro-castristas.
- Ningún llamado previo, por parte de los “organizadores”, a la no violencia y a la identificación de la violencia como una acción de elementos provocadores.
- Apoyo tácito o evidente de la oposición política.
- Restricción parlamentaria de la capacidad de respuesta del gobierno.
- Restricción mediática, a partir de los medios de izquierda, de la capacidad de respuesta del gobierno.
- Destrucción de la propiedad pública, de la pequeña propiedad privada, de los símbolos nacionales, de las iglesias y los símbolos religiosos.
- Demonización de las fuerzas del orden público y de la legalidad.
- Llamados a la parálisis legal mediante el reto constitucional.
- Llamados constantes, mediante hechos, palabras y provocaciones, a la guerra civil.
- Presencia de agitadores y/o financiadores extranjeros.
Les salió tan bien la jugada a los
Castro-Narco-Chavistas, y están tan aterrados con la eventual reelección
de Donald Trump, que parece que decidieron entrar en colusión con la
élite del Partido Demócrata en los Estados Unidos (que también anda
aterrada con el fantasma de esa reelección) para usar la misma táctica
en ese país.
Aquí se impone recordar que las
ideologías son los sistemas de colusión política más viejos que se
conocen. Dos personas o grupos que comparten una ideología siempre están
–a través de los mandamientos de esa ideología– en constante colusión.
Un marxista estadounidense no necesita,
digamos, recibir la orden precisa de un castrista para saber qué es lo
que tiene que hacer ante una situación determinada, sobre todo si se
trata de una protesta.
Igual, un odiador estadounidense de los
Estados Unidos (que los hay) no necesita ponerse de acuerdo, o recibir
una orden, de un odiador de los Estados Unidos que viva en el Medio
Oriente, en Somalia, o en La Habana. El simple hecho de compartir odios
los aúna en la lucha contra el objeto de sus animadversiones.
Lo que quiero decir con esto es que, a pesar de las múltiples visitas de la élite del Partido Demócrata a La Habana,
y de nuestra incapacidad para demostrar de qué hablaron, no es
imposible imaginar que exista cierto nivel de colusión. Al final, los
odios y las inclinaciones marxistas siempre han estado ahí y con eso,
nos enseña la Historia, es más que suficiente.
El origen de las protestas gringas bien
pudo haber sido el Metro, pero fue la triste y vergonzosa muerte de un
delincuente negro en manos de un policía que, a todas luces, hizo un uso
excesivo y criminal de la fuerza durante una detención.
A partir de ese triste incidente, la
organización Black Lives Matter tomó cartas en el asunto y saltó, como
solo lo hacen esos que se han preparado de antemano para el salto, de
una semioscuridad silenciosa al estridente estrellato de una protesta
que fue radicalizada, palabreja que a ellos les encanta, para alebrestar
a esa fracción de los jóvenes estadounidenses (hay gente para todo) que
estuvieran dispuestos a salir a las calles a quemar, destruir, mentir,
amenazar y crear el caos.
Otra prueba de que las dos protestas son
copias casi idénticas es que en Chile una de las agitadoras de la misma
fue, por solo citar un caso, la comunista Camila Vallejo. Una chiquilla
bien conocida por sus fuertes vínculos con el Castro-Narco-Chavismo.
Su homóloga en los Estados Unidos es una persona capaz de decir ante una cámara que “nosotras
en realidad sí tenemos un marco ideológico. Alicia y yo en particular
(las fundadoras de Black Lives Matter) somos organizadoras entrenadas,
somos marxistas entrenadas y estamos súper versadas en teorías
ideológicas”.
Como mismo la Vallejo tiene fotos mirando al asesino de Fidel Castro con ojitos de adoración, una de las organizadoras de las protestas en los EE UU tiene foto, con mirada de reto y puñito desafiante, con el asesino de Nicolás Maduro. A eso súmenle la declaración oficial de Black Lives Matter alabando al psicópata de Fidel Castro cuando falleció.
Todo esto explica por qué en los EE UU,
como en Chile, no existió ningún llamado previo, por parte de esas
organizadoras que se dicen entrenadas, a la no violencia o a la
identificación de esta como una acción de elementos provocadores. Está
claro que el objetivo siempre fue esa violencia.
Para seguir sumando similitudes, en Chile
la oposición pro castrista maniató al presidente Piñera restringiendo,
tanto como pudo, su capacidad de respuesta. Igual, en los Estados Unidos
la élite pro castrista del Partido Demócrata se lanzó de inmediato a
restringir, tanto como pudo, las opciones del presidente Trump para
controlar las protestas.
Como en Chile, en los EE UU los objetivos
de las protestas fueron la destrucción de la propiedad pública, de la
pequeña propiedad privada, de los símbolos nacionales, religiosos y de
las iglesias, así como la demonización de las fuerzas del orden público y
de la legalidad.
Si los marxistas chilenos buscaron la
parálisis legal mediante el reto a la Constitución, los marxistas
estadounidenses buscaron el mismo objetivo mediante una absurda campaña
encaminada al desfinanciamiento y la disolución de la policía.
Asombra poco, entonces, que ambos países
hayan sido sobrevolados por el fantasma de una guerra civil que tiene
más de deseos castristas que de posibilidad real.
Hasta aquí, cualquier alma
bienintencionada puede argüir que la colusión de las protestas
gringo-chilenas con el castrismo no pasa de ser una colusión ideológica
que nada tiene que ver con el trabajo de la Inteligencia castrista. Solo
se trata, podrían decir, de una comunidad de intereses.
Dejando a un lado que la Inteligencia
castrista siempre ha sido el instrumento más importante y efectivo para
la defensa y diseminación de la ideología marxista del régimen; hay un
indicio que sustenta la idea de una interferencia en la política interna
de los EE UU.
Me refiero al financiamiento de Black Lives Matter.
Desde hace ya varios días, muchas
personas han estado divulgando que una de las fuentes de financiamiento
de BLM fue la organización “Thousand Currents”.
Un vistazo a la declaración de impuestos
de esa organización muestra, en su sección “Part IV”, que la vice
presidenta de su junta directiva es nada más y nada menos que Susan Rosenberg,
una terrorista convicta que durante muchos años militó, y sirvió como
coordinadora, entre varias organizaciones terroristas (en los EE UU) de
las que ya hoy se sabe, sin lugar a dudas, que fueron entrenadas y
financiadas por la Inteligencia castrista.
El apellido Rosenberg (como los apellidos
Gutiérrez, Blanco, Rieumont o Tabío en Cuba) es un apellido que en
Norteamérica se asocia mucho con esas personas que decidieron (hay gente
para todo) traicionar la democracia y las leyes de su país a favor de
la ilegalidad totalitaria, las hambrunas, las purgas, los Gulags y los
asesinatos en masa del comunismo soviético e internacional.
Para hacerle honor a su apellido, Susan
Rosenberg sirvió de apoyo a las organizaciones terroristas “Weather
Underground” y “Black Liberation Army”. En ese papel una de sus misiones
fue ayudar en la fuga de JoAnne Chessimard (hoy conocida como Assata
Chakur), la terrorista y asesina estadounidense que todavía hoy vive en
Cuba protegida por la Inteligencia castrista. Dime cuál es tu santuario y
te diré para quién trabajas.
Además, Susan Rosenberg militó en la
“Organización Comunista 19 de mayo”, una colección de células
terroristas que, según la versión oficial, debió su nombre a la
coincidencia en las fechas de nacimiento de Ho Chi Minh y Malcom X.
Ya hoy está claro que ese nombre fue
escogido para esconder la filiación castrista de esa organización, una
filiación que ya ha sido más que comprobada y que estuvo sugerida, en su
momento y para los que supieran, en el hecho de que esa es también la
fecha de la caída en combate del prócer cubano José Martí.
En el año 1984, Susan Rosenberg fue
detenida con un camión cargado con cientos de libras de material
explosivo, armas e identificaciones falsas. La señora decidió no
cooperar con la justicia de su país, optó por no hablar de sus
manejadores castristas y fue condenada a más de cincuenta años de
prisión. Todavía debería estar cumpliendo condena; pero en su último día
como presidente Bill Clinton, quién lo diría, la dejó en libertad.
Ahora reaparece Susan Rosenberg como la
vicepresidenta de una organización que se encargó, entre otras cosas, de
la financiación de Black Lives Matter. Podría parecer una tontería,
podría pensarse que si la Inteligencia castrista estuviera detrás de las
protestas no le convendría, para nada, que una persona vinculada a
estas pudiera ser acusada de tener vínculos previos con ellos.
Hay dos argumentos en contra de esa idea.
Uno es que a veces, cuando se busca la intimidación previa a una
posible negociación, sí conviene insinuar una pertenencia que después
puede ser utilizada como un elemento de regateo. De más está decir que
si algo le interesa al castrismo en estos momentos es negociar.
La otra idea es que las financiaciones
siempre son el elemento más importante y vulnerable, desde el punto de
vista táctico y estratégico, de esas campañas de influencia en la
política de otro país. Eso implica que, a pesar de las sospechas que
puedan desatar, esas financiaciones tienen que ser controlados por
personas de absoluta confianza, personas que hayan demostrado con años
de cárcel, por ejemplo, su renuencia a hablar de sus manejadores.
Con todo esto como referencia, y otros
elementos que no caben por razones de espacio, cuesta mucho trabajo
entender que la comunidad de Inteligencia de los Estados Unidos, y el
FBI, no hayan impedido una incitación a la violencia en un país de
leyes, como los EE UU, para defender al régimen de un país sin leyes que
es controlado por una banda de asesinos que llegó al poder,
precisamente, mediante la violencia y el terrorismo.
Quizás es que estaban muy ocupados
creando un expediente de falsas acusaciones contra un presidente limpia y
democráticamente elegido.
Tomado de: https://reynelaguilera.wordpress.com/2020/07/14/black-lives-matter-y-la-inteligencia-castrista/
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