El chándal o la metáfora de Superman
ALFREDO RAMÍREZ NÁRDIZ De todo el circo que recientemente se ha organizado en Venezuela alrededor de la defunción del hiperbólico y excesivo Hugo Chávez (militar, político, showmantelevisivo en sus ratos libres), lo que tal vez me ha llamado más poderosamente la atención ha sido el traspaso de poderes a su heredero y elegido sucesor Nicolás Maduro mediante el original, pero no por ello menos interesante método, de la transmisión, inicialmente inter vivos, finalmente mortis causa, del chándal.
Hemos de reconocer que lo que esta modesta prenda de ropa supone ejemplifica, en no poca medida, y si me permiten la transgresión, al tiempo la herencia cultural y la decadencia de Occidente. Si en la tradición artúrica el rey del grial era aquel que tenía en su poder la divina copa, así como la mágica espada Excálibur; y, en general, en todos los regímenes políticos del mundo se mantiene la formalidad estética del traspaso de poderes simbolizado en la transmisión de la corona, el cetro, el báculo, el anillo, la banda presidencial o cualquier otro objeto que ejerza como atributo o símbolo del poder, en la República Bolivariana de Venezuela, en la más fiel tradición revolucionaria (lo de revolucionaria hay que pronunciarlo separando mucho las sílabas y con intenso énfasis en cada una de ellas, al estilo caribeño) latinoamericana,
el símbolo del poder ya no es una hermosa joya o una solemne herramienta de mando, sino un chándal. Decadencia occidental, ya les decía.
Maduro no alcanza el poder cuando Chávez le señala con su dedazo como su sucesor.
Maduro se alza con la autoridad y el Gobierno al enfundarse el chándal chavista y presentarse ante el mundo engalanado con la prenda que en sí representa la metafísica, y algo psicodélica, unión entre los colores de la patria venezolana, la humildad de cualquier revolución socialista que se precie y el inequívoco olor a poder totalitario que tienen todos los símbolos mágicos, y por ende irracionales, de este postmoderno, hortera y, de enloquecido, cómico mundo en el que vivimos.
Ver a ese Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán, prototipo del malo de las películas de acción casposas de los 80, con una cara de facineroso que no puede con ella, llorando a moco tendido ante el féretro del ínclito cadáver y a su lado a un tipo que parece un armario, con un bigotón tamaño XXL, adornado con el psicotrópico chándal, dándole palmaditas en la espalda, "ánimo, Mahmud, no te vengas abajo, hombre, que tú eres un tío duro, etc."; ver eso no tiene precio.
Dicen los escépticos que ni simbología arcana, ni metáfora revolucionaria ni naranjas de la China, que si primero el camarada Hugo y después el camarada Nicolás (son revolucionarios de izquierdas, hay que llamarles por el igualitario nombre de pila y con el preceptivo camarada delante)
han vestido la gloriosa prenda es porque es lo más práctico para debajo llevar hasta las ideas forradas de chalecos antibalas por lo que pueda pasar, que el pueblo venezolano les ama y tal, pero oye, nunca se sabe, que si un cáncer se puede inocular, mejor no arriesgarse con las balas. A mí, sin embargo y más allá de las dudas de los antipatriotas, del exilio de Florida y de los imperialistas de siempre (que anidan su rencor en los más recónditos rincones o en esta columna sin ir más lejos), el chándal en lo que me hace pensar es en el traje de Superman.
En el fondo, un rey no es tan rey si no se viste de rey y un general no es tan general si no se viste de general. O disfraza. ¿Imaginamos a Clark Kent ejerciendo de Superman sin vestir el mítico traje de la "S" gigante en el pecho? Por supuesto que no. En contra de esos aguafiestas y agua-argumentos absurdos que dicen que el hábito no hace al monje, desde estas líneas se ha de indicar ardorosamente que por supuesto que sí que lo hace y que
el chándal revolucionario, icono bolivariano, bandera andante apta tanto para patrióticas manifestaciones como para fiestas de disfraces o carnavales varios es en sí la herramienta que dota de poderes sobrehumanos a aquel que lo porta, capacitándole para enfrentarse a la aviesa oposición interna, a la maligna oposición exiliada, a los invasores yanquis, a los golpistas emboscados, a los capitalistas e imperialistas y, en general, a cualquiera que no piense como su portador y tenga, ay, malo, maloso, algún atisbo de opinión propia o, peor aún, de inteligencia independiente.
Uno mira el chándal y se olvida de que Venezuela ha ingresado gracias al petróleo una cantidad de divisas sencillamente estratosférica que no se ha materializado en nada mínimamente útil para los venezolanos, más allá de convertirles a muchos en parásitos estatales subsidiados y obligarles a otros tantos a emigrar del país para conservar vida y dignidad.
Uno mira el chándal y se olvida de la delincuencia desaforada que hace que la vida en aquel país sea simplemente imposible. O se olvida de los denunciados atentados a la libertad de expresión. O se olvida de la supuesta colaboración con la guerrilla colombiana. O se olvida de las acusaciones de narcotráfico. O de ser la guarida de etarras asesinos de españoles.
Uno mira el chándal y siente los poderes que tienen cada vez más, y no siempre al otro lado del Atlántico y no siempre en repúblicas oficialmente bananeras, los regímenes políticos movidos por la imagen y la forma, que olvidan, desprecian y se burlan, befan y mofan, de cualquier contenido, que desconocen lo que simplemente significa la racionalidad, o la verdadera ideología, y que desprecian el mero sentido común.
El chándal no es una pieza de ropa. Ni siquiera es venezolano. El chándal es de todos. Y no es otra cosa que el triste, ridículo y patético símbolo de los tiempos que corren. Tiempos en los que a los líderes políticos no les importa lo más mínimo llamarnos gilipollas a la cara y saber que sabemos que nos lo están llamando. Tiempos en los que la democracia sale corriendo y lo que queda se enfunda un chándal.
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2013/03/16/chandal-o-metafora-superman/458738.html