Ciertamente, el cardenal Jaime Ortega Alamino perdió otra excelente oportunidad de permanecer callado, cuando respondió de la peor forma la pregunta hecha por periodistas en Boston sobre un grupo de disidentes que se encontraban plantados en la iglesia de La Caridad en la calle Manrique en Centro Habana.
El cardenal Ortega opinó o emitió una irrespetuosa opinión sobre aquel grupo al que calificó de “pésimos antecedentes y muy bajo nivel cultural”. Quizás el cardenal pasa por alto que algunos entre sus socios coyunturales en el gobierno cubano son personas de peores antecedentes que los disidentes que rechazó en su condena. Entre esas personas del gobierno, a las que el cardenal sirve, hay ex cuatreros, ex transportistas de marihuana y ex estafadores, entre otros violadores de leyes vigentes en el resto del mundo, redimidos o aparentemente redimidos por su actuar político. Quizás se trata de que lo semejante atrae lo semejante y es posible que en esa UMAP donde se juntaron tantos justos con pecadores, el lugar del cardenal haya estado entre los pecadores y no exactamente entre los justos. ¡Vaya usted a saber!
Si se tiene en cuenta que en la actualidad, monseñor Ortega maneja una gestión inmobiliaria con todos los visos de ser otro negocio más, fronterizo con lo ilegal en estos tiempos de corrupciones, inspecciones, cuentapropismo y “actualización del modelo económico”, uno se pregunta: ¿Por qué monseñor ha sido tan severo en sus juicios condenatorios? ¿Por qué exige a estos disidentes de a pie el nivel cultural y los antecedentes prístinos que no precisa para su trato con los funcionarios de cárceles y prisiones, que no se distinguen precisamente por su ilustración o por sus modales formales?
El cardenal pronunció allá en Boston la mala palabra nueva contra trece disidentes de a pie. Aunque sea bendecido con el perdón romano, el eco de tanta iniquidad lo acompañará siempre.
Fuente: Primavera digital
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