Momias Rojas
Por Güicho Crónico
mar 9, 2013
La primera momia revolucionaria fue también la más importante. Vladímir Lenin, el líder tártaro de los bolcheviques judíos en Rusia, fue fetiche mortuorio para millones de comunistas del mundo entero. Especialmente en la desaparecida Unión Soviética. Durante casi 70 años para el ciudadano soviético hacer la larga fila y ver el cadáver embalsamado una vez en la vida era tan importante como para un musulmán ir a dar siete vueltas alrededor de La Kaaba en La Meca. Al menos se trataba de la única fila soviética en la que nunca se formaban tumultos. La momia de Lenin continua expuesta al público hasta hoy, si bien el morbo ruso por verla ha disminuido considerablemente desde que el mercado mediático ha sido colmado de B-movies americanas de zombies.
La siguiente momia la aportó Georgi Dimitrov. El hábil comunista búlgaro se había ganado la admiración mundial cuando en 1933, desde el banquillo de los acusados en el proceso del Reichstag, puso en evidencia a Göring y Goebbels, resultando absuelto al final. Ya como dictador de Bulgaria en 1946 Georgi le montó una farsa jurídica similar al líder opositor de los campesinos búlgaros, que fue ejecutado al final. Sin embargo, en 1948 a Dimitrov se le ocurrió la descabellada idea de unir Bulgaria con Yugoslavia en una Unión de Repúblicas Socialistas Balcánicas. Elaboró un plan con Josef Broz Tito e incluso invitó a incorporarse a Rumanía. Cuando Stalin se enteró tuvo un ataque de furia. Dimitrov fue llamado a contar al Kremlin y acto seguido enviado a relajarse en un balneario soviético. Pese a su excelente salud, el turista búlgaro murió a los pocos días. Y en menos de una semana, haciendo alarde de cortesía revolucionaria, el KGB entregó el cuerpo ya embalsamado en Sofía junto con los planos para un mausoleo. En los años 90 los búlgaros enterraron la momia y demolieron el mausoleo.
Iosif Stalin tuvo menos suerte con el culto post mortem. Al fallecer en 1953 era obvio que el paranoico déspota estaba predestinado a compartir mausoleo con su predecesor. La momia del georgiano fue exhibida unos pocos años junto al colega Lenin, mas luego defenestrada por los infieles sucesores. Seguramente debido a la prudencia del KGB, no se conocen trascripciones de los diálogos entre ambos líderes en las escasas horas de asueto en que quedaban a solas.
La próxima momia roja se preparó en Checoslovaquia. Nada más lógico si se tiene en cuenta que el líder comunista Klement Gottwald falleció pocos días después que Stalin, también pertenecía a una minoría étnica en el país que gobernaba –era alemán– y además compartía sendas afiliaciones adicionales con las dos momias del Kremlin: era sifilítico como Lenin y alcohólico como Stalin. Infelizmente los camaradas checos no eran tan diestros como los antiguos egipcios, y la momia de Praga se descompuso rápidamente, pese a un par de desesperados remakes. En 1962 los restos de Gottwald estaban tan pútridos que se desechó la idea de enterrarlos por temor a contaminar el Cementerio de Olšany y arruinar sus bonitos monumentos de art nouveau. Así que se optó por cremar la momia con su urna de cristal y declarar una cuarentena de 2 años para el mausoleo. Fue la última momia socialista en Europa.
Unos años más tarde los camaradas asiáticos asumieron el relevo de la antorcha embalsamadora. A los vietnamitas les tocó primero, pues en 1969 el tío Ho le ganó la emulación falleciente al presidente Mao. Ho Chi Minh representó un guiño de la fortuna para los mausoleos comunistas. El líder vietnamita había llevado una vida de asceta, lejos de las riesgosas vaginas comunales que tantos estragos causaron entre los comunistas europeos y latinoamericanos. Ho no bebía alcohol y sólo comía arroz y seis tipos de vegetales sin abusar de la soya. En otras palabras, embalsamar al tío Ho salió más barato que enterrarlo.
De Mao Zedong no se puede decir lo mismo. Mucho antes de morir en 1976 ya el Gran Timonel estaba podrido en vida. Tenía por costumbre no lavarse nunca la boca. Le gustaba nadar, pero al baño, lo que se dice baño, era tan alérgico como el Che Guevara. Una vez que estuvo lista, la momia de Mao se hinchaba descontroladamente mientras se le arrugaban las orejas. Tras un lento drenaje que duró más de medio año se consiguió estabilizar al presidente Mao, quien hoy es uno de los atractivos turísticos de Beijing.
En 1994 le tocó a Kim Il-sung en Corea del Norte. El Gran Líder había sido incorporado a la constitución de la República Popular Democrática de Corea como Presidente Eterno y lógicamente para ejercer sus funciones no podía desaparecer de la faz de la tierra. En este caso el gran reto para los embalsamadores era la gigantesca bola de cebo y calcio en la parte posterior del cuello del dictador. Ese tumor lo había acompañado por más de 20 años y no quería separarse del cráneo del difunto. Finalmente se decidió conservarlo también y usar una almohada especial con un orificio en el medio para exponer la momia.
Kim Jong-il siguió los pasos de su padre en 2011. El Querido Líder nunca logró entusiasmar a su amado pueblo como su progenitor, y condujo al país a una hambruna, desconocida en Asia Oriental desde elGran Salto Adelante de Mao, en la que un millón de norcoreanos perecieron. Eso no impidió el profundo pesar del hambreado pueblo por su muerte, ni la consiguiente momia.
En estos momentos los entusiastas necrófilos revolucionarios en América Latina se frotan las manos con la muerte de Hugo Chávez. Suponen que por fin dispondrán de un ícono embalsamado en el continente y le conceden a Chávez los honores de ser el primero. Pero se equivocan. Hugo no será la primera momia redentora de los descamisados de América. Una vez más, como siempre, los argentinos superaron al resto de los latinoamericanos. Es triste, pero hay que asumirlo, Venezuela nunca ganarán tantos mundiales de fútbol como Argentina. Jamás se venderán tantas camisetas bolivarianas como del Che Guevara. El general San Martín dirigió personalmente más batallas que Simón Bolívar, y como político fue mucho más decente también.
Y Evita Perón se lleva el mérito histórico de primera momia populista antes que Hugo Chávez. Evita fue embalsamada en 1952 cuando pereció de cáncer. Sin embargo, apenas dos años más tarde su viudo fue destronado por un golpe militar. Y sucedió lo típico de aquellos pagos, el cadáver opositor de Evita fue secuestrado y desaparecido por los milicos. Curiosamente, no se creó un movimiento de sepultureros en la Plaza de Mayo, así que no fue hasta 1971 que reapareció Evita. Como es natural, estaba en Milán, la ciudad de la moda.