La vieja máquina de escribir Smith-Corona lucha contra el óxido que le impone la herrumbre ideológica. No son solo dedos y mentes ágiles o subversivas, sino la verdad, la que rompe el verdín a golpe de pronombres, sustantivos, preposiciones y verbos, que son el sujeto y el predicado de la libertad de pensamiento. Por eso el teclado mecánico palpita con la percusión de las letras y danza con la música de las palabras, cuya melodía es más armoniosa cuando rebosa las líneas del rígido pentagrama político y no teme denunciar los espantos de las cárceles, contar las historias de los que se resisten a renunciar a sus derechos y relatar la de los incontables cubanos que han escrito su nombre en el mar.
Las oraciones subordinadas se insubordinan en la justeza y el derecho de quienes no aceptan ser mercaderes de la adulación ni esclavos de frases hechas que suenan disonantes cuando se les reduce a consignas. Hace décadas que en Cuba a las palabras las fundieron con plomo y paredón y las autoridades proscriben expresarse de otra manera que no sea a favor del partido único existente. El miedo, los fusilamientos y las delaciones por más de diez lustros, crearon un folclore de división antidemocrático y paralizante que sacó del armario el silencio e internacionalizó nuestros anhelos y derechos de escuchar la música pluralista en este pequeño país de náufragos que más que emigrantes, propicia fugitivos del totalitarismo.