Un imitador llamado Fidel Castro
Fidel Castro Ruz llega a los 88 años de edad con el “mérito”
histórico de haber sido el único dictador de la era moderna que ha
gobernado durante medio siglo o más (52 años) y haber convertido a Cuba
en la única nación del hemisferio occidental en la que sus habitantes no
viven mejor que en 1958. Ni Haití está en ese caso.
Castro es también el político que ha dicho la mentira más grande: “Yo no soy un aspirante a Presidente de la República –dijo al tomar posesión como Primer Ministro, el 16 de febrero de 1959-- …no me importa ningún cargo público, no me interesa el poder”.
Lo curioso es que, pese a su narcisismo, Fidel como líder no fue nada original. Casi todo lo que hizo, o dijo, fue tomado de otros, con el agravante de que, contrariamente al rey Midas de Frigia, que transformaba en oro todo lo que tocaba, el comandante convertía en fracaso seguro todo lo que rozaba.
Al implantar el socialismo Castro no intentó, como el mariscal Tito en Yugoslavia, instaurar un modelo propio, “diferente”, sino que copió el sistema soviético. Su dogma de la lucha armada para la liberación nacional de los pueblos fue una versión tropical de la “revolución permanente” de León Trostky, con rasgos maoístas incluidos por el Che Guevara, obsesionado por los campesinos y la lucha en el campo.
Su ideología también la tomó prestada. Muy tempranamente Castro fue cautivado por ideas fascistas, en particular por la figura de José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange Española. Según el sacerdote jesuita Armando Llorente, su profesor y mentor en el Colegio Belén, él y Fidel cantaron Cara al sol (el himno de la Falange) veinte mil veces y con el brazo en alto.
José Ignacio Rasco, su colega de estudios en Belén y luego en la Universidad de La Habana, reveló que Fidel al llegar a la Escuela de Derecho recitaba fragmentos de Mein Kampf (de Adolfo Hitler) y de discursos de Mussolini y Primo de Rivera. De este último Fidel tenía en su Comandancia de la Sierra Maestra ensayos y discursos, según reveló Carlos Franqui.
Ese acervo fascistoide del joven Castro afloró de diversas formas. Su frase “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”, en el juicio por el ataque al cuartel Moncada, fue la abreviación de una pronunciada por Hitler. El futuro Fuhrer fue juzgado luego del asalto fallido al Ministerio de Guerra en Munich, en noviembre de 1923, para derrocar el gobierno alemán. En el juicio Hitler dijo: “Aun cuando los jueces de este Estado puedan condenar nuestra acción, la historia, diosa de la verdad y de la ley, habrá de sonreír cuando anule el veredicto de este juicio y me declare libre de culpas”.
Igualmente la famosa frase de Castro “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, en sus “Palabras a los intelectuales” (en 1961), fue un plagio de una que Mussolini usaba para definir al fascismo: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
En su prisión de Landsberg, Hitler escribió su programa político e ideológico (Mein Kampf). Castro en su cómoda prisión de Isla de Pinos escribió el suyo, que resultó un coctel de ideas populistas tomadas del cubano Antonio Guiteras, Juan Domingo Perón, Getulio Vargas, y Jacobo Arbenz, derrocado como presidente de Guatemala en 1954, precisamente cuando Castro redactaba su plataforma.
Hitler llamaba “gusanos” a los judíos y quiso borrarlos de la faz de la Tierra. Fidel bautizó como “gusanos” a quienes no estaban de acuerdo con él, los despojaba de sus propiedades, los encarcelaba, o los fusilaba.
Mussolini creó las Camisas Negras, miles de jóvenes con los que entró en Roma y tomó el poder en octubre de 1922. Hitler organizó las represivas Camisas Pardas. El dictador caribeño organizó en 1959 las Milicias Nacionales Revolucionarias, 21 años después las Milicias de Tropas Territoriales (MTT), y 11 años más tarde las Brigadas de Respuesta Rápida que, sin uniforme para que parezcan “pueblo”, hoy hostigan a los opositores. Luego orientó a Hugo Chávez la creación de los “colectivos’ paramilitares que hoy asesinan a estudiantes venezolanos. O sea, los paramilitares castristas y chavistas tienen origen fascista.
Centralismo guevarista
Es poco conocido en el mundo –y en la propia Cuba-- que al instaurarse el socialismo en la isla fue el Che Guevara quien lo montó en lo económico. Fanático de Stalin y con mayor formación teórica marxista-leninista que Castro, el argentino no aplicó el cálculo económico --con empresas autofinanciadas y un mercado socialista-- que funcionaba entonces en la Unión Soviética, sino el sistema presupuestario estalinista anterior, que concebía a toda la economía como una sola empresa, con un inflexible plan central, sin autonomía para las empresas y sin relaciones mercantiles entre ellas.
En realidad la idea de estatizar toda la economía fue del Che. Fidel estaba más inclinado al modelo nacionalista-fascista basado en la estatización de los medios fundamentales de producción y servicios, pero no de todas las empresas y fábricas. Fue el Che quien “inventó” las empresas consolidadas, la emulación socialista, el trabajo voluntario para formar el hombre nuevo. Y fue el arquitecto de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), copiada del GOSPLAN soviético, pero con clavijas más centralistas.
Como ministro de Industrias el Che controlaba la industria cubana, y desde su cargo simultáneo de “Secretario Técnico” de la JUCEPLAN de hecho dirigía toda la economía. Si alguien lee hoy un acta de las reuniones de la dirección de aquel organismo puede constatar que era el comandante argentino quien trazaba centralmente los planes, por encima del Consejo de Ministros y del presidente de JUCEPLAN, Regino Boti (economista graduado en Harvard). Eso era vox populi en el Ministerio del Comercio Exterior, donde yo trabajaba por entonces.
Muerto Guevara, Carlos Rafael Rodríguez, miembro de la cúpula dictatorial, convenció a Fidel de que había que desechar el desastroso sistema presupuestario estalinista-guevarista. Cuba entró en el CAME (1972) y al frente de JUCEPLAN fue colocado Humberto Pérez, un economista formado en Moscú que aplicó por fin el cálculo económico soviético, con el nombre de Sistema de Dirección y Planificación de la Economía.
Pero al comenzar la perestroika de Gorbachov, Castro regresó al estalinismo con el funesto “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, en 1986. Acusó a Humberto Pérez de traidor al socialismo, resucitó el centralismo guevarista, cerró los mercados campesinos (tolerados a principios de los años 80) y volvió a hundir al país en una recesión. No hubo hambruna porque la URSS continuó subsidiando la economía isleña.
Hacer sufrir al pueblo
Al desintegrarse la URSS en 1991, Cuba cayó en la peor crisis alimentaria de toda su historia republicana. La gente bajaba de peso a causa del hambre, pero el tirano se negaba a reabrir los mercados agrícolas privados. “Corrompen a los campesinos”, insistía. Sólo en 1994, a insistencia de su hermano Raúl, finalmente accedió. Un año antes, cuando la hecatombe socioeconómica y los apagones pusieron en peligro la estabilidad política del régimen, fue que aceptó legalizar el dólar y una tímida apertura al capital extranjero.
En lo que sí fue original Fidel fue en la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), una red nacional de soplones cuadra por cuadra, mediante la cual una parte de la población vigila a la otra e informa a la policía sobre la vida de cada ciudadano. Los CDR permiten el control absoluto de la población. Ello explica la eficacia represiva de la Seguridad del Estado.
El dictador, obviamente, sí tuvo ideas propias, pero todas disparatadas, planes descabellados. Cito al azar algunos de los más desastrosos: su propósito de desecar la inmensa Ciénaga de Zapata, las enfermizas vacas F-1, la zafra gigante de los 10 millones de toneladas de azúcar que no se lograron, la destrucción de cientos de miles de hectáreas de árboles frutales y cultivos para sembrar pastos que luego no fueron sembrados, y el demencial Cordón (de café) de La Habana.
También Castro fue original a la hora de orquestar patrañas, mentir sin escrúpulos al mundo y a los cubanos, exportar la subversión terrorista a toda Latinoamérica, y para idear y montar en la isla la más temible maquinaria represiva conocida nunca en las Américas.
Moraleja: Castro solamente ha sido original para hacer sufrir a su pueblo.
Castro es también el político que ha dicho la mentira más grande: “Yo no soy un aspirante a Presidente de la República –dijo al tomar posesión como Primer Ministro, el 16 de febrero de 1959-- …no me importa ningún cargo público, no me interesa el poder”.
Lo curioso es que, pese a su narcisismo, Fidel como líder no fue nada original. Casi todo lo que hizo, o dijo, fue tomado de otros, con el agravante de que, contrariamente al rey Midas de Frigia, que transformaba en oro todo lo que tocaba, el comandante convertía en fracaso seguro todo lo que rozaba.
Al implantar el socialismo Castro no intentó, como el mariscal Tito en Yugoslavia, instaurar un modelo propio, “diferente”, sino que copió el sistema soviético. Su dogma de la lucha armada para la liberación nacional de los pueblos fue una versión tropical de la “revolución permanente” de León Trostky, con rasgos maoístas incluidos por el Che Guevara, obsesionado por los campesinos y la lucha en el campo.
Su ideología también la tomó prestada. Muy tempranamente Castro fue cautivado por ideas fascistas, en particular por la figura de José Antonio Primo de Rivera, líder de la Falange Española. Según el sacerdote jesuita Armando Llorente, su profesor y mentor en el Colegio Belén, él y Fidel cantaron Cara al sol (el himno de la Falange) veinte mil veces y con el brazo en alto.
José Ignacio Rasco, su colega de estudios en Belén y luego en la Universidad de La Habana, reveló que Fidel al llegar a la Escuela de Derecho recitaba fragmentos de Mein Kampf (de Adolfo Hitler) y de discursos de Mussolini y Primo de Rivera. De este último Fidel tenía en su Comandancia de la Sierra Maestra ensayos y discursos, según reveló Carlos Franqui.
Ese acervo fascistoide del joven Castro afloró de diversas formas. Su frase “Condenadme, no importa, la historia me absolverá”, en el juicio por el ataque al cuartel Moncada, fue la abreviación de una pronunciada por Hitler. El futuro Fuhrer fue juzgado luego del asalto fallido al Ministerio de Guerra en Munich, en noviembre de 1923, para derrocar el gobierno alemán. En el juicio Hitler dijo: “Aun cuando los jueces de este Estado puedan condenar nuestra acción, la historia, diosa de la verdad y de la ley, habrá de sonreír cuando anule el veredicto de este juicio y me declare libre de culpas”.
Igualmente la famosa frase de Castro “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”, en sus “Palabras a los intelectuales” (en 1961), fue un plagio de una que Mussolini usaba para definir al fascismo: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
En su prisión de Landsberg, Hitler escribió su programa político e ideológico (Mein Kampf). Castro en su cómoda prisión de Isla de Pinos escribió el suyo, que resultó un coctel de ideas populistas tomadas del cubano Antonio Guiteras, Juan Domingo Perón, Getulio Vargas, y Jacobo Arbenz, derrocado como presidente de Guatemala en 1954, precisamente cuando Castro redactaba su plataforma.
Hitler llamaba “gusanos” a los judíos y quiso borrarlos de la faz de la Tierra. Fidel bautizó como “gusanos” a quienes no estaban de acuerdo con él, los despojaba de sus propiedades, los encarcelaba, o los fusilaba.
Mussolini creó las Camisas Negras, miles de jóvenes con los que entró en Roma y tomó el poder en octubre de 1922. Hitler organizó las represivas Camisas Pardas. El dictador caribeño organizó en 1959 las Milicias Nacionales Revolucionarias, 21 años después las Milicias de Tropas Territoriales (MTT), y 11 años más tarde las Brigadas de Respuesta Rápida que, sin uniforme para que parezcan “pueblo”, hoy hostigan a los opositores. Luego orientó a Hugo Chávez la creación de los “colectivos’ paramilitares que hoy asesinan a estudiantes venezolanos. O sea, los paramilitares castristas y chavistas tienen origen fascista.
Centralismo guevarista
Es poco conocido en el mundo –y en la propia Cuba-- que al instaurarse el socialismo en la isla fue el Che Guevara quien lo montó en lo económico. Fanático de Stalin y con mayor formación teórica marxista-leninista que Castro, el argentino no aplicó el cálculo económico --con empresas autofinanciadas y un mercado socialista-- que funcionaba entonces en la Unión Soviética, sino el sistema presupuestario estalinista anterior, que concebía a toda la economía como una sola empresa, con un inflexible plan central, sin autonomía para las empresas y sin relaciones mercantiles entre ellas.
En realidad la idea de estatizar toda la economía fue del Che. Fidel estaba más inclinado al modelo nacionalista-fascista basado en la estatización de los medios fundamentales de producción y servicios, pero no de todas las empresas y fábricas. Fue el Che quien “inventó” las empresas consolidadas, la emulación socialista, el trabajo voluntario para formar el hombre nuevo. Y fue el arquitecto de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN), copiada del GOSPLAN soviético, pero con clavijas más centralistas.
Como ministro de Industrias el Che controlaba la industria cubana, y desde su cargo simultáneo de “Secretario Técnico” de la JUCEPLAN de hecho dirigía toda la economía. Si alguien lee hoy un acta de las reuniones de la dirección de aquel organismo puede constatar que era el comandante argentino quien trazaba centralmente los planes, por encima del Consejo de Ministros y del presidente de JUCEPLAN, Regino Boti (economista graduado en Harvard). Eso era vox populi en el Ministerio del Comercio Exterior, donde yo trabajaba por entonces.
Muerto Guevara, Carlos Rafael Rodríguez, miembro de la cúpula dictatorial, convenció a Fidel de que había que desechar el desastroso sistema presupuestario estalinista-guevarista. Cuba entró en el CAME (1972) y al frente de JUCEPLAN fue colocado Humberto Pérez, un economista formado en Moscú que aplicó por fin el cálculo económico soviético, con el nombre de Sistema de Dirección y Planificación de la Economía.
Pero al comenzar la perestroika de Gorbachov, Castro regresó al estalinismo con el funesto “Proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, en 1986. Acusó a Humberto Pérez de traidor al socialismo, resucitó el centralismo guevarista, cerró los mercados campesinos (tolerados a principios de los años 80) y volvió a hundir al país en una recesión. No hubo hambruna porque la URSS continuó subsidiando la economía isleña.
Hacer sufrir al pueblo
Al desintegrarse la URSS en 1991, Cuba cayó en la peor crisis alimentaria de toda su historia republicana. La gente bajaba de peso a causa del hambre, pero el tirano se negaba a reabrir los mercados agrícolas privados. “Corrompen a los campesinos”, insistía. Sólo en 1994, a insistencia de su hermano Raúl, finalmente accedió. Un año antes, cuando la hecatombe socioeconómica y los apagones pusieron en peligro la estabilidad política del régimen, fue que aceptó legalizar el dólar y una tímida apertura al capital extranjero.
En lo que sí fue original Fidel fue en la creación de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), una red nacional de soplones cuadra por cuadra, mediante la cual una parte de la población vigila a la otra e informa a la policía sobre la vida de cada ciudadano. Los CDR permiten el control absoluto de la población. Ello explica la eficacia represiva de la Seguridad del Estado.
El dictador, obviamente, sí tuvo ideas propias, pero todas disparatadas, planes descabellados. Cito al azar algunos de los más desastrosos: su propósito de desecar la inmensa Ciénaga de Zapata, las enfermizas vacas F-1, la zafra gigante de los 10 millones de toneladas de azúcar que no se lograron, la destrucción de cientos de miles de hectáreas de árboles frutales y cultivos para sembrar pastos que luego no fueron sembrados, y el demencial Cordón (de café) de La Habana.
También Castro fue original a la hora de orquestar patrañas, mentir sin escrúpulos al mundo y a los cubanos, exportar la subversión terrorista a toda Latinoamérica, y para idear y montar en la isla la más temible maquinaria represiva conocida nunca en las Américas.
Moraleja: Castro solamente ha sido original para hacer sufrir a su pueblo.