Las leyes de Mora
LA HABANA, Cuba, marzo, www.cubanet.org -Las leyes de Mora no
son leyes relacionadas con las deudas, sino tres leyes que, aunque no
las sancionó ningún parlamento, entraron en vigor en la Prisión Especial
de Camagüey por los años noventa, al inicio del Periodo Especial, para
más desgracia de los condenados.
Estas leyes tomaron el nombre del mismo hombre que las decretó: el capitán Mora, entonces jefe de aquella tenebrosa prisión.
Aunque los nombres no dejaban entrever lo diabólico de su esencia (ley del silencio, ley del sueño, ley de los tres pagan), su puesta en práctica suponía el toque de queda para una población que no tenía más espacio para moverse que los escasos metros cuadrados de sus celdas.
Los encargados de hacerlas cumplir eran los bandos de élite de la guarnición de la prisión. Por un lado, estaba el grupo de los hermanos Pimentel; por el otro, el grupo autodenominado los Chicos Malos.
Como instrumentos para aplicar las leyes, tenían cabillas forradas con tela, palos gruesos de marabú, manoplas de metal y botas con casquillos de acero en las puntas. Pero el instrumento más curioso, y el más usado, eran las manos del negro Fidel, un fornido militar con garras de gorila, que desmayaba a sus víctimas de una sola bofetada. Sus compañeros decían que Fidel era Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
La primera ley que decretó Mora fue la del silencio. Era simple, no daba lugar a interpretaciones y rezaba así: “cuando los reclusos oigan el silbato del jefe de la guardia, tienen que guardar un silencio riguroso”.
Por lo general, ese silbato sonaba en los cambios de guardia, en las inspecciones y en los recuentos. Pero los guardias lo empezaron a usar como un medio para su propia diversión. Los que se aventuraban a entablar conversación, y eran sorprendidos, recibían una paliza, o eran “acariciados” por las manos del negro Fidel. El no haber oído el silbato no exoneraba al recluso del cumplimiento de la ley.
La segunda ley fue la del sueño, y rezaba así: “después del toque de silencio no puede haber ningún recluso levantado, por ningún motivo”. Esta ley fue particularmente cruel, pues no se podía ir al baño a esas horas de la noche. Para burlar la disposición, los reclusos levantaban a uno de sus compañeros de celda para que estuviera atento al sonido de los pasos de los guardias, y así poder hacer las necesidades.
Pero con el tiempo los guardias cambiaron de táctica y se quitaban las botas para no hacer ruido. Más de un confiado reo fue sorprendido, y tanto el infractor como el vigilante, eran “pasados por las armas”, que así se le decía a quienes eran golpeados.
La tercera ley (los tres pagan) tenía su razón de ser en la cantidad de reclusos que cabían en una celda, que eran tres. Rezaba así: “en una celda donde haya tres reclusos y dos de ellos se fajen, pagan los tres. Los que se fajaron, por alterar el orden, el otro, por dejar que se fajaran”.
Por suerte, esas “leyes” aberrantes duraron hasta que el capitán Mora asesinó a su esposa de un tiro en la cabeza, en su propia oficina del penal, y frente a su hijo. Un tribunal militar lo sentenció a 17 años de cárcel, casi el mínimo de la sanción para un delito tan abominable. Al final, sólo cumplió 7 años en una prisión de mínima severidad y rodeado de comodidades.
Ninguno de sus esbirros ha sido sancionado por las golpizas que propinaron, durante años, a reclusos indefensos. El negro Fidel, el de las manos de gorila, ya poseía la medalla de Servicio Distinguido cuando se dedicaba a desmayar a sus víctimas con aquellas pavorosas garras.
Fuente: http://www.cubanet.org/articulos/las-leyes-de-mora/
Estas leyes tomaron el nombre del mismo hombre que las decretó: el capitán Mora, entonces jefe de aquella tenebrosa prisión.
Aunque los nombres no dejaban entrever lo diabólico de su esencia (ley del silencio, ley del sueño, ley de los tres pagan), su puesta en práctica suponía el toque de queda para una población que no tenía más espacio para moverse que los escasos metros cuadrados de sus celdas.
Los encargados de hacerlas cumplir eran los bandos de élite de la guarnición de la prisión. Por un lado, estaba el grupo de los hermanos Pimentel; por el otro, el grupo autodenominado los Chicos Malos.
Como instrumentos para aplicar las leyes, tenían cabillas forradas con tela, palos gruesos de marabú, manoplas de metal y botas con casquillos de acero en las puntas. Pero el instrumento más curioso, y el más usado, eran las manos del negro Fidel, un fornido militar con garras de gorila, que desmayaba a sus víctimas de una sola bofetada. Sus compañeros decían que Fidel era Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
La primera ley que decretó Mora fue la del silencio. Era simple, no daba lugar a interpretaciones y rezaba así: “cuando los reclusos oigan el silbato del jefe de la guardia, tienen que guardar un silencio riguroso”.
Por lo general, ese silbato sonaba en los cambios de guardia, en las inspecciones y en los recuentos. Pero los guardias lo empezaron a usar como un medio para su propia diversión. Los que se aventuraban a entablar conversación, y eran sorprendidos, recibían una paliza, o eran “acariciados” por las manos del negro Fidel. El no haber oído el silbato no exoneraba al recluso del cumplimiento de la ley.
La segunda ley fue la del sueño, y rezaba así: “después del toque de silencio no puede haber ningún recluso levantado, por ningún motivo”. Esta ley fue particularmente cruel, pues no se podía ir al baño a esas horas de la noche. Para burlar la disposición, los reclusos levantaban a uno de sus compañeros de celda para que estuviera atento al sonido de los pasos de los guardias, y así poder hacer las necesidades.
Pero con el tiempo los guardias cambiaron de táctica y se quitaban las botas para no hacer ruido. Más de un confiado reo fue sorprendido, y tanto el infractor como el vigilante, eran “pasados por las armas”, que así se le decía a quienes eran golpeados.
La tercera ley (los tres pagan) tenía su razón de ser en la cantidad de reclusos que cabían en una celda, que eran tres. Rezaba así: “en una celda donde haya tres reclusos y dos de ellos se fajen, pagan los tres. Los que se fajaron, por alterar el orden, el otro, por dejar que se fajaran”.
Por suerte, esas “leyes” aberrantes duraron hasta que el capitán Mora asesinó a su esposa de un tiro en la cabeza, en su propia oficina del penal, y frente a su hijo. Un tribunal militar lo sentenció a 17 años de cárcel, casi el mínimo de la sanción para un delito tan abominable. Al final, sólo cumplió 7 años en una prisión de mínima severidad y rodeado de comodidades.
Ninguno de sus esbirros ha sido sancionado por las golpizas que propinaron, durante años, a reclusos indefensos. El negro Fidel, el de las manos de gorila, ya poseía la medalla de Servicio Distinguido cuando se dedicaba a desmayar a sus víctimas con aquellas pavorosas garras.
Fuente: http://www.cubanet.org/articulos/las-leyes-de-mora/