MADE IN CUBA: ESCUELAS PARA EL “HOMBRE NUEVO”. Por CLARA RIVEROS/27 DE FEBRERO DE 2018/Tomado de https://www-mundiario-com.cdn
“Todo lo descrito en este artículo, se produjo en el microcosmos de mi escuela ESBEC Sola #3 en Sierra de Cubitas, Camagüey. Fui parte de quienes la inauguramos en 1972. No pase por alto leer después mi ficha biográfica.” NAPOLEÓN LIZARDO
La Isla de la Juventud dejó profundas huellas para muchos cubanos y becarios extranjeros que pasaron por ahí.
«Solo las escuelas más arruinadas, quedaron con sus esqueletos de hormigón como mudos testigos de la época donde casi todos creíamos en todo lo que se le ocurría al Máximo Líder y se cantaba, con lágrimas en los ojos, a coro con Silvio Rodríguez: «Esta es la nueva casa, esta es la nueva escuela, conjuro de nueva raza…»
Paulino Alfonso.
Julio César Álvarez señala que «Siete años después del triunfo de la revolución, en 1966, se inició en Cuba el experimento de «la escuela al campo», que podríamos considerar el germen de las escuelas secundarias y pre universitarias en el campo que surgieron poco después.
El proyecto consistía en enviar a todos los estudiantes de enseñanza media a campamentos en el campo, durante 45 días cada curso, para trabajar en labores agrícolas; al final del periodo los estudiantes regresaban a sus escuelas en la ciudad». «También para formar al «superhombre» castro-guevarista, Castro puso en marcha la Escuela al Campo», observa Roberto Álvarez Quiñones, quien sostiene que la Escuela en el Campo fue un plan de inspiración fascista que rayó en la criminalidad.
«En Cuba se separaron niños y adolescentes de sus padres para someterlos al control del Estado y formar el «hombre nuevo», no por casualidad tomado prestado del «hombre superior» nazi, a su vez derivado del «superhombre» de Nietzsche, que Hitler soñaba para protagonista del nuevo orden fascista mundial que duraría 1.000 años. Castro y el “Che” Guevara lo querían formar para el orden mundial comunista, infinito en el tiempo […] En su inmensa mayoría, los estudiantes secundarios y preuniversitarios fueron trasladados a vivir en aquellas escuelas. Internados en lugares remotos, eran obligados a trabajar media jornada como peones agrícolas».
En las ESBEC o Escuelas Secundarias Básicas en el Campo —los becarios— debían combinar diariamente la jornada de estudio con la jornada de trabajo. El objetivo declarado del modelo de enseñanza revolucionario era la «formación integral de los alumnos mediante la combinación del estudio y el trabajo desde la adolescencia» pero, otras opiniones sugieren que, «en realidad se buscaba separar a los adolescentes de sus
familias para moldearlos mejor como «hombres nuevos», fieles a la revolución».
Paulino Alfonso destaca que Fidel Castro se encargó de diseñar, en parte, esa escuela y que el proyecto fue habilitado con «increíbles condiciones materiales, que iban desde una alimentación excelente, un vestuario exclusivo, un selecto claustro de profesores y personal de servicios y hasta un hospital de diez camas, que contaba con ambulancias para el traslado de los pacientes que no se pudieran atender en el centro». Sin embargo, en 1970, el proyecto —recién nacido— estuvo a punto de ser cancelado por los austeros patrocinadores soviéticos. Fidel Castro se vio obligado a gestionar en persona la salvación de su programa, gracias a esto «y con recortes en los gastos faraónicos, fue autorizado». «Durante su época dorada, se construyeron 535 escuelas en el campo, de las cuales 40 fueron destinadas a estudiantes de países del Tercer mundo».
La Escuela Vocacional Lenin, en Cuba.
La Isla de la Juventud en cifras
El portal oficialista cubano —Ecured— define las ESBEC como «escuelas de nuevo tipo» a las que en principio fueron llevados estudiantes de las diferentes provincias del país. Muy pronto y gracias a las afinidades políticas e ideológicas del castrismo con otros gobiernos, Cuba acogió a niños y jóvenes de diversas nacionalidades[1]. Con el propósito de revertir «la situación heredada de la sociedad capitalista, así como de materialización del internacionalismo socialista» se decidió la creación de las «Escuelas Internacionalistas».
La cristalización del proyecto internacionalista habría tenido lugar a mediados de 1977, durante la visita de Raúl Castro —Segundo Secretario del Comité Central del Partido y Ministro de las FAR— a la República Popular de Angola. Castro transmitió el ofrecimiento de cuatro escuelas en Cuba, cada una con capacidad para 600 estudiantes que podrían cursar estudios de primaria, secundaria, técnica y profesional. Posteriormente, Mozambique solicitó becas para 551 nacionales que arribaron a la isla en el mes de septiembre de ese año, mientras que los procedentes de Angola lo hicieron en diciembre. El régimen cubano dispuso contingentes con docentes y personal de apoyo para responder a la gran demanda internacional[2].
En 1985, Robert Mugabe, Primer Ministro de la República de Zimbabue, estuvo en Cuba y su visita produjo, según Ecured, «un cambio cualitativo en el diseño del plan de escuelas internacionalistas al firmar un convenio de colaboración para formar Licenciados en Educación en las especialidades de Matemática, Física, Química, Biología y Geografía, y que también incluían un currículo de asignaturas de humanidades»[3]. Los datos que presenta Ecured no resultan del todo ilustrativos. Paulino Alfonso y Álvarez Quiñones citan las cifras reportadas por el Partido Comunista en 1991, con motivo del IV Congreso en el que se pudo conocer que: se erigieron 535 escuelas dotadas con hospitales que tenían 10 camas y ambulancias; se necesitaron 10 millones de toneladas de cemento; 2.000 ómnibus rusos para transportar a los estudiantes; 16 millones de toneladas de alimentos; 15 millones de toneladas de combustible; equipamiento técnico, docente, uniformes y avituallamiento. En suma, estas escuelas demandaron miles de millones de dólares de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) para su creación y sostenimiento durante 22 años. Álvarez Quiñones destaca que la economía revolucionaria fue incapaz de generar recursos para solventar sus cuantiosos gastos entre 1960 y 1991, periodo en el que Cuba recibió ingentes recursos provenientes de la URSS.
En 31 años, la URSS le entregó a Castro 115.000 millones de dólares. Los recursos no se invirtieron en el desarrollo económico del país para que el gasto y la inversión social se hicieran sostenibles y sustentables, sino que los fondos fueron malversados en disparatados planes económicos para aparentar que Cuba estaba al nivel de los países desarrollados en materia social; también en la creación, entrenamiento y armamentismo de guerrillas rurales y urbanas y en grupos terroristas (Colombia, Venezuela, Perú, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil, El Salvador, Guatemala y Haití); y, en intervenciones militares en Angola, Etiopía, Somalia, Namibia, Congo, Siria (contra Israel), Argelia (contra Marruecos), Panamá, República Dominicana, Nicaragua y Venezuela, según documenta Álvarez Quiñones.
Los recursos soviéticos permitieron que el dictador cubano se mimetizara en filántropo y benefactor de los «pobres del mundo». La URSS no solo financió el proyecto educativo cubano —que recibió subsidios entre 3.000 y 5.000 millones de dólares anuales— sino muchas y muy variadas empresas que convirtieron a Fidel Castro en el líder del Movimiento de Países No Alineados y en «redentor» del Tercer Mundo. Analistas cubanos coinciden en que el declive del controvertido proyecto tuvo lugar —no por un acto de sensatez del régimen, sino obligado por las circunstancias— cuando cesaron los subsidios soviéticos. Con la llegada de Mijaíl Gorbachov, la Perestroika y la posterior desintegración de la URSS, se definió el rumbo y el futuro de las ESBEC.
Fin del mito
Las ESBEC no solo fueron solidaridad y armonía. Además de ser inviables e insostenibles en lo económico, las instalaciones sirvieron de escenario a otras situaciones. Álvarez Quiñones describe que también los estudiantes que cursaban la secundaria en las ciudades eran obligados a ir al campo a trabajar por periodos de 45 días y, durante ese tiempo en que convivían hombres y mujeres, se propició y fomentó el embarazo temprano de adolescentes. «La promiscuidad sexual y la violencia verbal y física alcanzaron altos niveles. Miles de adolescentes resultaron embarazadas». Niñas-adolescentes se convirtieron en madres a los 15 años.
La Isla de la Juventud dejó profundas huellas para muchos cubanos y becarios extranjeros que pasaron por ahí. Los becarios no solo se vieron alejados de sus familias y obligados a trabajar en arduas jornadas, sino que debieron enfrentar eventos dramáticos de promiscuidad y violencia de toda índole, incluida la sexual. Hubo crímenes, violaciones y corrupción de menores como registra Julio César Álvarez. Paulino Alfonso también destaca como «las escuelas del hombre nuevo se convertían en antros de delincuencia, drogadicción y prostitución», además de mencionar los motines «reprimidos bestialmente» que se produjeron en las escuelas internacionalistas y que llevó a que muchos gobiernos africanos retiraran a sus nacionales de Cuba. «Poco a poco, casi todas las escuelas en el campo se abandonaron, y se convirtieron, en refugio de marginales y delincuentes, quienes vendían todo lo que quedaba de estas».
Álvarez Quiñones coincide con la observación de Alfonso y subraya que las instalaciones abandonadas fueron ocupadas por la delincuencia y otras se convirtieron en prisiones o en viviendas. Las ESBEC fueron devoradas por el tiempo, la delincuencia, los animales y la maleza. Algunas se mantuvieron, pero —pasado el primer decenio del siglo XXI— no hubo manera de asegurar su continuidad y supervivencia. «Ante la enorme crisis financiera que enfrenta, el gobierno finalmente optó por cerrar las ESBEC. Este modelo cubano de estudio y trabajo permanente siempre fue económicamente inviable y, como los otros «logros de la revolución», solo se podía mantener gracias a los enormes subsidios soviéticos que desaparecieron con la URSS. Fracasó desde sus inicios, aunque a los dirigentes de la revolución les haya costado más de cuarenta años reconocerlo», notaba, años atrás, Julio César Álvarez.
En buena hora para el castrismo, ascendió Hugo Chávez y con él, el socialismo del siglo XXI, los subsidios venezolanos llegaron a cubrir una parte de los gastos de educación, aunque ahora también esos recursos escasean. Venezuela ha sostenido la parasitaria economía cubana que se hunde en una crisis terminal.
Notas:
[1] Según información de Ecured, la construcción de la primera ESBEC en áreas citrícolas –«cercanas a la Presa Vietnam Heroico»- empezó en febrero de 1970 y fue inaugurada por Fidel Castro a finales de junio de 1971, «con una matrícula inicial de 243 estudiantes». Al comenzar 1973, había cinco ESBEC en la Isla de Pinos y para el mes de septiembre eran 12. Se implementó un nuevo Seminternado de primaria y se completaron todos los niveles de enseñanza. Para el periodo lectivo 1976-1977, había 20 instituciones escolares con 11.161 alumnos; para 1978-1979, 25 centros con 12.249 estudiantes y 552 docentes. Si se incluyen las escuelas de formación para maestros primarios, el total para los periodos 1976-1977, era de 35 centros con 15.930 alumnos; y, para 1978-1979, había 44 centros con 18.037 estudiantes. La planta docente pasó de 1.327 a unos 2.775. En lo que respecta a la Enseñanza Media Superior (1977), registraba 20.937 alumnos procedentes de las diferentes provincias de Cuba. Para 1988, en la Isla de la Juventud había 120 centros docentes con capacidad para 42 mil estudiantes; 16 centros infantiles para párvulos y preescolar; cinco escuelas especiales, ocho politécnicos en diferentes ramas; una escuela Vocacional de Arte, de Cerámica artística y otra de iniciación deportiva (EIDE).
[2] El portal oficialista Ecured sostiene que 1982 fue el periodo con mayor cantidad de estudiantes extranjeros, para un total de 22.197. De estos, 12.430 eran varones y 9.767 mujeres. Asimismo, refiere que en el periodo 1987-1988, hubo 15.370 becarios, con un incremento en 1988 para un total de 18.600 becarios de 37 nacionalidades.
[3] A ese programa fueron incorporados en el periodo 1986-1987, estudiantes cubanos y de Angola que residían en la Isla de la Juventud. Los estudiantes realizaban prácticas laborales en las escuelas de enseñanza media y primaria y, a partir del tercer año, impartían clases, según la información que reporta Ecured.