Martí el Infiltrado
Enviado por ei en junio 4, 2012 – 0:18 am
Arnaldo M. Fernández
Ya corre la leyenda de Martí entrando clandestino en Cuba para coordinar su «guerra generosa y breve» contra el coloniaje español. Mucho antes se había colado (enero 6, 1877) desde Veracruz en La Habana —bajo la identidad de Julián Pérez— para propiciar la reunificación familiar [su madre y una hermana estaban en La Habana; su padre y dos hermanas, en Ciudad México] y conseguir avales que facilitaran su estancia en Guatemala [el padre de su amigo Fermín Valdés Domínguez era de origen guatemalteco y había sido mentor del presidente Justo Rufino Barrios], pero nada indica que pudiera haberse infiltrado en y exfiltrado de la Isla durante los preparativos de aquella guerra. Aunque pudo haberse dicho algo de eso como táctica diversionista. Gonzalo de Quesada echó a rodar que Martí había partido con el general Máximo Gómez precisamente a Veracruz (The New York Herald, 26 de febrero de 1895) y enseguida Fernando Figueredo soltó en Tampa que ya estaban en Cuba (Patria [Nueva York], 11 de marzo de 1895).
Martí entendió la guerra como única solución al problema cubano en el siglo XIX e imprimió giro de urgencia tras advertir la proclividad expansionista de EE. UU., pero no parece haber calculado bien las cosas dentro de Cuba. El núcleo duro de su estrategia era el levantamiento simultáneo en toda la Isla, pero aquí las células del Partido Revolucionario Cubano (PRC) resultaron menos de lo previsto.
A esta sobreestimación del bando propio se sumó subestimar al bando rival. Martí se había entusiasmado tanto (Patria, 31 de octubre de 1893 y 28 de noviembre de 1893) con los apuros de España en la primera campaña de Melilla (1893), que todavía en su carta inconclusa (mayo 18, 1895) a Manuel Mercado se refiere «la incapacidad de España para allegar en Cuba o afuera los recursos contra la guerra».
El plan mismo de alzamiento (diciembre 8, 1894) indica que, como tantos otros exiliados que sueñan o inventan la realidad en el origen, la guerra «debe procurar como principal de éxito y robustez inmediata, y prueba de su cordialidad, asegurarse la benevolencia o indecisión de los españoles arraigados en la Isla». Así concebida desde fuera, ya dentro la guerra se convertiría enseguida en otra que, como dispuso (abril 20, 1895) el mayor general Antonio Maceo, prohibía «toda conferencia con el enemigo» y autorizaba «para ahorcar sin formación de causa a todo emisario español» (Franco, José Luciano: Antonio Maceo, Apuntes para una historia de su vida, La Habana: Sociedad Cubana de Estudios Históricos e internacionales, 1954, II, página 122).
Igualmente desinformado por la disidencia interna, el exilio no advirtió que el apremio dentro de Cuba por alzarse traía su causa más bien del acoso policial antes que de los preparativos completos. La insurrección estallaría ya sólo en Oriente; en las demás provincias sólo hubo conatos, que fueron aplacados de inmediato.
Así y todo, Martí siguió entusiasmado. Acabadito de llegar (abril 16, 1895) escribió a la sede del PRC: «Mil armas más y parque para un año, y hemos vencido». Su caída en Dos Ríos cortaría la experiencia vital no sólo de la capacidad de España para allegar recursos [más de 200 mil soldados serían embarcados a la Isla en sólo dos años], sino también de la capacidad de la población cubana para desentenderse de la revolución. Quizás se hubiera percatado de esto de haberse infiltrado antes del alzamiento, como se dice.
-NOTA EDITORIAL: Hechos nuevos sobre una o varias incursiones de José Martí a Cuba desde su exilio, tendrían que ser seriamente considerados. No revisarían la visión presente, pero ajustarían algunos tópicos respecto a la mitología martiana. Dicen que están en camino; vamos a ver.
-Ilustración: Reinerio Tamayo-Fonseca, El astronautra (2007)
http://eichikawa.com/2012/06/marti-el-infiltrado.html