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miércoles, 23 de mayo de 2012

La Bienal de la insinuación y la pulla. Por Luis Cino



El reparto San Agustín, en la Lisa, no tendrá otras cosas, pero gracias a la XI Bienal de La Habana, ya tiene un Museo de Arte Contemporáneo. El MACSA, rodeado de edificios de microbrigadas, vendutas, aceras rotas y salideros de aguas albañales, está ahí. Los vecinos del barrio pueden relacionarse con  novedosas propuestas artísticas mientras piensan cómo cogerán la guagua para ir a trabajar, cómo se buscarán unos pesos para comprar los zapatos de sus hijos, lo que comerán o cómo resolverán una balita de gas para cocinar lo poco que puedan conseguir.


Los organizadores de la XI Bienal se han propuesto llevar el arte a las calles e incorporarlo a la vida cotidiana de la gente. ¡Qué bien!


“Detrás del muro”, una muestra de más de una veintena de artistas cubanos de la plástica, ha diseminado instalaciones a lo largo de una buena parte del malecón habanero. Las instalaciones se confunden con la vida real. Uno no sabe si los puntales y la basura y los escombros, como a veces están cercados,  son también una instalación.


Un enorme banco en forma de  S, de Inti Hernández, nos invita a sentarnos a mirarnos las caras y conversar. Los de aquí y los de allá, los de arriba y los de abajo. Buena falta que nos haría…si hubiese voluntad. Un avión atraviesa una reja y un mástil exhibe 16 pares de orejas (¿nadie escucha a los artistas o hay demasiados chivatos que los vigilan?)


Un cañón Parrot, de madera, a escala natural, hecho por Duvier del Dago, de frente al mar, apunta al norte. ¿O al muro? ¿Qué pretende? ¿Defendernos de los yanquis? ¿Con un cañón de palo? ¿O tumbar el muro a cañonazos? ¿Ese muro, para que podamos escapar mejor? ¿O todos los muros que han sido y son? Pero, ¿por qué tumbar  el del Malecón? ¿Y por qué tendríamos que escapar, y cargar con la catástrofe donde quiera que uno vaya, porque está visto que hay catástrofes de las que nunca se acaba de escapar?


El Malecón, según afirma Juan Delgado, el curador de “Detrás del muro”, es el  espacio más  democrático de Cuba. Lo es más o menos,  cuando a la policía no le da por pedir los documentos de identidad a las muchachas y los muchachos negros –esos eternos sospechosos-o  hacer redadas contra los travestis –ay, Mariela, la policía sigue rabiosamente homofóbica-  las putas, sus chulos, los pingueros, los marihuaneros, los pastilleros de la ketamina y los vendedores sin licencias.


Cerca de allí, policías y custodios vigilan que no se roben la madera y los tornillos de  un inmenso caballo -¿de Troya?- en cuyo interior se exhiben cuadros. Símbolos y más símbolos. El arte encierra dentro de sí las verdades que nos harán libres. Pero está celosamente vigilado, de  ladrones y libertarios, por censores, policías y guardias de seguridad. Cada vez más, Cuba es un país de rejas, muros, alambradas, policías, custodios y guardias de Seguridad…del Estado.


Esta es la Bienal de la insinuación y la pulla. Aunque no sea mucho lo que se insinúe y las pullas  no tengan demasiada acritud. Sólo la que se supone será tolerada. Y tal vez, porque siempre hay algunos osados, un poco de forcejeo por los espacios públicos y un poco de libertad de expresión. Nada para asustarse. Y si hay susto, ahí están los segurosos para amenazar a los artistas y confiscar las obras,  como hicieron con la exposición alternativa del pintor Luis Trápaga.


Se crearon expectativas porque expondría Ai Wei-Wei, un artista disidente chino. Pero  expone bicicletas. Chinas, marca Forever, para más detalles. De las que salvaban vidas o mataban –según como se mire- durante los años del hambre, los apagones y las guaguas que no pasaban del periodo especial. Las conocimos bien, más por desgracia que por suerte. Como ya quedan pocas por acá, uno no sabe si reírse, sentir la  morbosa nostalgia de los tiempos peores  o sentirse estafado por el amago de disidencia permitida.


Por si hay peligro,  para tupir a los censores y los comisarios o darles margen para que se hagan los bobos o posen de liberales y desprejuiciados,  bienvenidas sean  a la Bienal la irreverencia, el snobismo y la extravagancia, siempre tan de buen tono en estas ocasiones.


Aunque, por mucho que se esfuercen en ser extravagantes y epatar –que digan lo que digan,  es el mejor modo de disimular la falta de  talento-, no lograrán superar la Aktion número 135 del austriaco Herman Nitsh, el padre de las performances. La tituló “Jesús contra el universo” y se escenificó en los jardines del Instituto Superior de Arte (ISA). Dos horas en que se maceraron carnes y frutas, se chuparon sus jugos y se untaron de sangre de cerdo jóvenes desnudos. Más que un performance, aquello parecía una misa negra. Un aquelarre diurno, con un sol que rajaba las piedras y vísceras y sangre a tutiplén. Totalmente repugnante.


Dicen que esta XI Bienal es la más concurrida y mejor organizada. No sé. Por mi parte, más que las insinuaciones y las pullas que bien poco dicen, me quedo con los elefantes de Jeff  de la anterior Bienal. Y si de símbolos e insinuaciones se trata, con las cucarachas de Roberto Fabelo en los muros del Palacio de Bellas Artes. Que las cucarachas sabemos siguen ahí, jodiéndonos la vida, aunque ya casi no se vean. Y uno que revienta de ganas de verlas despatarradas por el piso. Como aquellas de Fabelo.


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