Con la palabra se puede crear. Esa idea siempre me ha gustado.
Si no es ahora, será mañana. Cuando las palabras hayan dejado solo las cenizas y se desprenda de ellas como humo de incienso, nos cambiarán. Las cenizas de Laura Pollán deben haberme traído su perfume. Laura significa Libertad.
Una vez leí que la verdad no está en lo que podemos decir, sino entre las palabras que decimos. Son las excepciones las que cuentan. El vacío entre las palabras podría ser en Cuba lo que realmente nos mantiene prisioneros. Lo que no se dice, que es diferente a: lo que no se puede decir. Porque, por ejemplo: san Pablo “en el tercer cielo oyó palabras inefables que el hombre no puede pronunciar”. Pero no es de eso que estoy hablando.
En Cuba la mayoría de las cosas no se dicen pudiéndose decir, al menos pudiéndolas decir los que nada ganan con ocultarlas. Expresarse libremente es un delito. El Estado no se expresa libremente tampoco. Aunque haya dado la impresión de improvisar, lo ha hecho realmente sobre lo que oculta. Quizá las cosas más graves de la historia de estos 53 años estén todavía escondidas debajo de esa enorme cantidad de palabras, y no lleguen a saberse nunca. Si no fuera tan tedioso releer los discursos históricos veríamos que entre las palabras están las declaraciones más espantosas.
Si uno expresa en Cuba su descontento una de las expresiones más frecuentes entre los cubanos es aquella de: “bueno, mija, sal con una pancarta a la calle”. Eso significa realmente: “Ríndete”. Porque todos sabemos que desde hace 53 años eso está prohibido.
El principal daño que nos han causado es el de querer convertirnos a la pobreza. Pero no solamente a la pobreza material, sino a la pobreza de conciencia. Detrás de la exhortación a que “todos vayan a la Plaza”, o de que “todos voten por todos”, hemos sabido leer la amenaza. Hemos sido cómplices de la violencia que se ejerce contra cada uno de nosotros. Los que han encontrado satisfacción en este proceso de deshidratación social para la mayoría, son realmente numéricamente pocos. El resto ha sabido leer entre líneas la amenaza. El cambio ocurre cuando entendemos -como en un instante de súbita claridad y de retorno de nuestra autoestima, tan combatida desde la Tribuna- que podemos denunciar la violencia ejercida contra el verdadero pueblo cubano, expresándonos. Después de la coerción lo único que queda es la sublevación. Nadie puede impedirnos realmente esa sublevación personal, así como nadie puede llevarnos adonde no queremos ir, porque solo si proyectamos la querella la podremos ganar. Lo que hacen los poderes que no somos nosotros es amenazarnos. A partir del momento en que empezamos a creer en nosotros, las amenazas quedan inválidas. Porque el que ose meterse con nosotros lo hará también con nuestro destino, que Dios estará escribiendo con ternura en alguna parte.
Confío en que las palabras traerán la libertad, las palabras y el abismo luminoso entre ellas. Las que se pronuncien para iluminar y no para ocultar, desterrando lo que nos contradice como seres humanos. Restituyéndonos toda la riqueza que nos pertenece, especialmente la de querernos mucho como personas, después como cubanos. Ser muy importantes a partir del momento en que envestidos del poder de la fe podemos contradecir cualquier decreto faraónico contra nosotros, que es lo mismo que decir contra las Damas de Blanco de las que Cuba no ha sido digna. Porque por pura fe siguen luchando por nosotros y por nuestras familias. Nunca podré agradecerle a Laura -porque ahora ella está en la bienaventuranza- cómo aquella tarde lluviosa en su casa, frente a sus cenizas, sin saber cómo, me situó del lado de acá, donde se está mejor, diferenciándome de los que probablemente la mataron, me regaló su fe renaciendo de sus cenizas. Como diciéndome: si tienes fe ya no tienes que tener miedo. Me enseñó que la fe que yo tenía ya en el corazón podía llevarme lejos y triunfar sobre cualquier dominio o potestad, porque Cristo ha vencido a la muerte, y desde el Juicio eterno de la cruz que salva a los creyentes, también ha juzgado y condenado a la muerte eterna a gente como la que metió preso a su esposo y a sus amigos. La misma “gente” que encarceló a los 75, también puso en prisión mediante el engaño a millones de almas desde hace más de medio siglo, y es nuestro derecho creer que merecemos ser libres. Algún día alcanzaremos la libertad: Dichosos los que sin haber visto, han creído.
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Lilianne Ruíz
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