A los pocos días de finalizada la histórica visita a Cuba de Su Santidad Benedicto XVI —una figura pública de talla mundial que no puede ser considerada un aliado del régimen castrista—, le ha tocado el turno al señor Nguyen Phu Trong, secretario general del Partido Comunista de Vietnam, uno de los países más identificados con el actual gobierno cubano.
Tras el recibimiento en el aeropuerto (realizado, por cierto, no por el general Raúl Castro, que sí se molesta en ir hasta Rancho Boyeros cada vez que el teniente coronel Chávez llega a La Habana, aunque sea en visita privada para recibir tratamiento médico), se han realizado todos los demás actos protocolares habituales en casos como éste.
Se han sucedido el recibimiento formal en Palacio, una entrega de medalla, entrevistas con el Presidente y otros altos funcionarios, sendas ofrendas florales a José Martí y Ho Chi Minh, visitas a diversos centros de interés. En el caso del líder vietnamita han faltado los actos de masas, como los que sistemáticamente tenían lugar durante la permanencia en Cuba de aliados de ese nivel, y como los que sí se realizaron —y en más de una ocasión— durante la estancia en la Isla del Santo Padre.
El pasado martes, los ciudadanos de a pie, que generalmente le hacen “el caso del perro” a este tipo de visitantes, se sintieron algo motivados al anunciarse la donación de cinco mil toneladas de arroz por parte de la nación indochina. Ese aviso, aunque para los cubanos represente apenas media libra por persona, despierta merecida atención en una población atosigada por las carencias de todo tipo, como la nuestra. Ese regalo merece que hagamos algunas consideraciones.
La historia de Vietnam durante la segunda mitad del siglo XX es bien conocida. Al término del régimen colonial francés, el país quedó dividido en dos: el Norte comunista y el Sur de libre empresa y regímenes autoritarios. Un lustro más tarde, los izquierdistas sudvietnamitas, con el decidido apoyo de Hanoi, comenzaron la subversión contra el gobierno de Saigón.
Los Estados Unidos, decididos a impedir la extensión del sistema comunista, intervinieron de modo destacado con todo su poderío militar y con el apoyo de varios de sus aliados. Esa conflagración marcó a toda una generación de norteamericanos y ciudadanos de otras naciones.
En el caso específico del país indochino, el conflicto lo arrasó: Sobre él se lanzaron más bombas que durante la Segunda Guerra Mundial. El setenta por ciento de los poblados fue eliminado. Los muertos —en su gran mayoría hombres jóvenes— se contaron por millones (aunque hay que decir que de esto los cubanos nos enteramos después, porque las noticias que publicaba nuestra prensa en esa época sólo mencionaban las bajas del otro lado…).
Al término del conflicto, tras varios años de ortodoxia económica estalinista, se inició una política de renovación, que ha permitido un desarrollo impetuoso. Esto incluye la esfera agropecuaria, que ha tenido un notable incremento, en particular en lo referente a la producción de arroz, renglón del que ese país se ha convertido en quinto productor mundial e importantísimo exportador.
Lo anterior resulta más impactante si tenemos en cuenta que Vietnam tiene una densidad demográfica de más de 260 habitantes por kilómetro cuadrado —casi tres veces mayor que la de Cuba—, situación que se ve exacerbada por las extensas áreas de bosques y montañas que existen en ese territorio asiático.
¡Y que ese país superpoblado, que en 1959 no podía ni soñar con compararse con el nuestro y que durante más de un década y media sufrió una guerra terrible, venga ahora a ayudar a Cuba, en donde, a pesar de la inmisericorde propaganda castrista, no ha caído ni una pedrada norteamericana, es algo que, si no es el colmo, se acerca mucho a éste!
Espero que los gobernantes cubanos, al tender la escudilla de mendigo —¡en esta ocasión nada menos que a Vietnam!— por lo menos tengan el pudor de prohibirles a sus plumíferos y cotorrones que sigan hablando de “la dignidad de Cuba”.
La Habana, 12 de abril de 2012
René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
Tras el recibimiento en el aeropuerto (realizado, por cierto, no por el general Raúl Castro, que sí se molesta en ir hasta Rancho Boyeros cada vez que el teniente coronel Chávez llega a La Habana, aunque sea en visita privada para recibir tratamiento médico), se han realizado todos los demás actos protocolares habituales en casos como éste.
Se han sucedido el recibimiento formal en Palacio, una entrega de medalla, entrevistas con el Presidente y otros altos funcionarios, sendas ofrendas florales a José Martí y Ho Chi Minh, visitas a diversos centros de interés. En el caso del líder vietnamita han faltado los actos de masas, como los que sistemáticamente tenían lugar durante la permanencia en Cuba de aliados de ese nivel, y como los que sí se realizaron —y en más de una ocasión— durante la estancia en la Isla del Santo Padre.
El pasado martes, los ciudadanos de a pie, que generalmente le hacen “el caso del perro” a este tipo de visitantes, se sintieron algo motivados al anunciarse la donación de cinco mil toneladas de arroz por parte de la nación indochina. Ese aviso, aunque para los cubanos represente apenas media libra por persona, despierta merecida atención en una población atosigada por las carencias de todo tipo, como la nuestra. Ese regalo merece que hagamos algunas consideraciones.
La historia de Vietnam durante la segunda mitad del siglo XX es bien conocida. Al término del régimen colonial francés, el país quedó dividido en dos: el Norte comunista y el Sur de libre empresa y regímenes autoritarios. Un lustro más tarde, los izquierdistas sudvietnamitas, con el decidido apoyo de Hanoi, comenzaron la subversión contra el gobierno de Saigón.
Los Estados Unidos, decididos a impedir la extensión del sistema comunista, intervinieron de modo destacado con todo su poderío militar y con el apoyo de varios de sus aliados. Esa conflagración marcó a toda una generación de norteamericanos y ciudadanos de otras naciones.
En el caso específico del país indochino, el conflicto lo arrasó: Sobre él se lanzaron más bombas que durante la Segunda Guerra Mundial. El setenta por ciento de los poblados fue eliminado. Los muertos —en su gran mayoría hombres jóvenes— se contaron por millones (aunque hay que decir que de esto los cubanos nos enteramos después, porque las noticias que publicaba nuestra prensa en esa época sólo mencionaban las bajas del otro lado…).
Al término del conflicto, tras varios años de ortodoxia económica estalinista, se inició una política de renovación, que ha permitido un desarrollo impetuoso. Esto incluye la esfera agropecuaria, que ha tenido un notable incremento, en particular en lo referente a la producción de arroz, renglón del que ese país se ha convertido en quinto productor mundial e importantísimo exportador.
Lo anterior resulta más impactante si tenemos en cuenta que Vietnam tiene una densidad demográfica de más de 260 habitantes por kilómetro cuadrado —casi tres veces mayor que la de Cuba—, situación que se ve exacerbada por las extensas áreas de bosques y montañas que existen en ese territorio asiático.
¡Y que ese país superpoblado, que en 1959 no podía ni soñar con compararse con el nuestro y que durante más de un década y media sufrió una guerra terrible, venga ahora a ayudar a Cuba, en donde, a pesar de la inmisericorde propaganda castrista, no ha caído ni una pedrada norteamericana, es algo que, si no es el colmo, se acerca mucho a éste!
Espero que los gobernantes cubanos, al tender la escudilla de mendigo —¡en esta ocasión nada menos que a Vietnam!— por lo menos tengan el pudor de prohibirles a sus plumíferos y cotorrones que sigan hablando de “la dignidad de Cuba”.
La Habana, 12 de abril de 2012
René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente