En las últimas horas, sin embargo, algunas agencias de prensa y
gobiernos se han apresurado en condenar a Cuba por la muerte en prisión,
el pasado 23 de febrero, del cubano Orlando Zapata Tamayo. Toda muerte
es dolorosa y lamentable. Pero el eco mediático se tiñe esta vez de
entusiasmo: al fin -parecen decir-, aparece un “héroe”. Por ello se
impone explicar brevemente, sin calificativos innecesarios, quien fue
Zapata Tamayo. Pese a todos los maquillajes, se trata de un preso común
que inició su actividad delictiva en 1988. Procesado por los delitos de
“violación de domicilio” (1993), “lesiones menos graves” (2000),
“estafa” (2000), “lesiones y tenencia de arma blanca” (2000: heridas y
fractura lineal de cráneo al ciudadano Leonardo Simón, con el empleo de
un machete), “alteración del orden” y “desórdenes públicos” (2002),
entre otras causas en nada vinculadas a la política, fue liberado bajo
fianza el 9 de marzo de 2003 y volvió a delinquir el 20 del propio mes.
Dados sus antecedentes y condición penal, fue condenado esta vez a 3
años de cárcel, pero la sentencia inicial se amplió de forma
considerable en los años siguientes por su conducta agresiva en prisión.
En la lista de los llamados presos políticos elaborada para condenar a
Cuba en 2003 por la manipulada y extinta Comisión de Derechos Humanos de
la ONU, no aparece su nombre -como afirma, sin verificar las fuentes y
los hechos, la agencia española EFE-, a pesar de que su última detención
coincide en el tiempo con la de aquellos. De haber existido una
intencionalidad política previa, no hubiese sido liberado once días
antes. Ávidos de enrolar a la mayor cantidad posible de supuestos o
reales correligionarios en las filas de la contrarrevolución, por una
parte, y convencido por la otra de las ventajas materiales que entrañaba
una “militancia” amamantada por embajadas extranjeras, Zapata Tamayo
adoptó el perfil “político” cuando ya su biografía penal era extensa.
En el nuevo papel fue estimulado una y otra vez por sus mentores
políticos a iniciar huelgas de hambre que minaron definitivamente su
organismo. La medicina cubana lo acompañó. En las diferentes
instituciones hospitalarias donde fue tratado existen especialistas muy
calificados -a los que se agregaron consultantes de diferentes centros-,
que no escatimaron recursos en su tratamiento. Recibió alimentación por
vía parenteral. La familia fue informada de cada paso. Su vida se
prolongó durante días por respiración artificial. De todo lo dicho
existen pruebas documentales.
Pero hay preguntas sin responder, que no son médicas. ¿Quiénes y por qué
estimularon a Zapata a mantener una actitud que ya era evidentemente
suicida? ¿A quién le convenía su muerte? El desenlace fatal regocija
íntimamente a los hipócritas “dolientes”. Zapata era el candidato
perfecto: un hombre “prescindible” para los enemigos de la Revolución, y
fácil de convencer para que persistiera en un empeño absurdo, de
imposibles demandas (televisión, cocina y teléfono personales en la
celda) que ninguno de los cabecillas reales tuvo la valentía de
mantener. Cada huelga anterior de los instigadores había sido anunciada
como una probable muerte, pero aquellos huelguistas siempre desistían
antes de que se produjesen incidentes irreversibles de salud. Instigado y
alentado a proseguir hasta la muerte -esos mercenarios se frotaban las
manos con esa expectativa, pese a los esfuerzos no escatimados de los
médicos-, su nombre es ahora exhibido con cinismo como trofeo colectivo.
Como buitres estaban algunos medios -los mercenarios del patio y la
derecha internacional-, merodeando en torno al moribundo. Su deceso es
un festín. Asquea el espectáculo. Porque los que escriben no se
conduelen de la muerte de un ser humano -en un país sin muertes
extrajudiciales-, sino que la enarbolan casi con alegría, y la utilizan
con premeditados fines políticos. Zapata Tamayo fue manipulado y de
cierta forma conducido a la autodestrucción premeditadamente, para
satisfacer necesidades políticas ajenas. ¿Acaso esto no es una acusación
contra quienes ahora se apropian de su “causa”? Este caso, es
consecuencia directa de la asesina política contra Cuba, que estimula a
la emigración ilegal, al desacato y a la violación de las leyes y el
orden establecidos. Allí está la única causa de esa muerte indeseable.
Pero, ¿por qué hay gobiernos que se unen a la campaña difamatoria, si
saben -porque lo saben-, que en Cuba no se ejecuta, ni se tortura, ni se
emplean métodos extrajudiciales? En cualquier país europeo pueden
hallarse casos -a veces, francas violaciones de principios éticos-, no
tan bien atendidos como el nuestro. Algunos, como aquellos irlandeses
que luchaban por su independencia en los años ochenta, murieron en medio
de la indiferencia total de los políticos. ¿Por qué hay gobernantes que
eluden la denuncia explícita del injusto confinamiento que sufren cinco
cubanos en Estados Unidos por luchar contra el terrorismo, y se
apresuran en condenar a Cuba si la presión mediática pone en peligro su
imagen política? Ya Cuba lo dijo una vez: podemos enviarles a todos los
mercenarios y sus familias, pero que nos devuelvan a nuestros héroes.
Nunca podrá usarse el chantaje político contra la Revolución cubana.
Esperamos que los adversarios imperiales sepan que nuestra Patria no
podrá ser jamás intimidada, doblegada, ni apartada de su heroico y digno
camino por las agresiones, la mentira y la infamia.
Enrique Ubieta Gómez es investigador y ensayista cubano