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sábado, 7 de diciembre de 2024

Sandro Castro, Hicimos la fiesta, ¿y qué?

Sandro Castro, que no es un joven humilde, pero al menos da la cara, ha demostrado ser un revolucionario de pura cepa.

  Hicimos la fiesta, ¿y qué?

LA HABANA, Cuba – Sandrito lo hizo otra vez y a lo grande, como prometió. Eso le honra: es el único Castro que cumple sus promesas, así que no hay nada que reprocharle, al menos en ese sentido. Si miramos las cosas fríamente, hay que convenir en que el nieto del tirano no le ha faltado el respeto a nadie, en primer lugar, porque es imposible irrespetar a un pueblo que no se respeta a sí mismo. ¿Qué ha sido un cínico? Cierto. ¿Que no le importa que Cuba se esté cayendo a pedazos mientras él celebra por todo lo alto? Estamos de acuerdo. Pero es que hay que reconocer que motivos le sobran para celebrar, y no solo su cumpleaños.

Así, por arribita, y aprovechando que en redes sociales circula el discurso con el cual Fidel Castro justificó la Ofensiva Revolucionaria de 1968, Sandro Castro tiene que celebrar que cuando él ni siquiera pensaba nacer, su abuelo fue cerrando, uno por uno, todos los negocios, grandes o pequeños, y con cada empresa expropiada aumentaba su peculio particular, para sí mismo y sus descendientes. Fidel Castro, además de encaramársele en las narices al entonces gobierno de los Estados Unidos, había robado un país para ponerlo en manos de su familia, entre los aplausos y vivas de millones de atolondrados que, de la noche a la mañana, se tragaron la acusación de que el barbero de toda la vida, el dueño de la bodeguita de la esquina y el carnicero que les pesaba las libras de falda, “eran vagos, o medio vagos, o vagos y medio” por el simple hecho de tener su propio negocio. Sandro Castro tiene que brindar porque el reciente decreto que prohíbe a las mipymes el comercio mayorista no lo va a tocar a él, ni a su bar EFE, ni a cualquier otro negocio que mantenga oculto, aunque el muchacho ya ha demostrado que no es de los que se esconde. Él, que no es un joven humilde, pero al menos da la cara, ha demostrado ser un revolucionario de pura cepa. 

Sandro Castro es, a careta quitada, lo que ha sido siempre la Revolución por debajo del tapete. La coquetería rencorosa del agente Pedro Jorge Velázquez (alias El Necio), diciendo que “a Sandro hay que despreciarlo”, para después bajarle el tono al ataque y desviar la atención a “los burgueses de Miami”, es un manoteo de niña de primaria contra un monstruo que él sabe lo puede sacar de circulación y devolverlo, en un pestañazo, a la cloaca de donde lo sacaron para ser el abanderado de la juventud comunista progre, guevarista, LGBTI, defensora del regreso a los orígenes de la verdadera izquierda. 

Contra Sandro Castro, lo que representa y lo que proyecta, van a estrellarse todos los discursillos que tiren de puridades ideológicas y culto a la memoria de los muertos. Al Necio lo sigue un puñado de cerebritos desnutridos que no tienen nada que ofrecer, mientras Sandro Castro es un empresario joven con poder, plata, impunidad, ganas de divertirse y ciudadano ejemplar de la República Repartera. Esa masa joven a la que Díaz-Canel quiere llegar utilizando la música urbana como arma ideológica, prefiere cien Sandro Castro antes que un solo Necio. 

Si nos ponemos conspiranoicos, habría que ver hasta qué punto la “papa podrida” se está empeñando realmente en corromper el costal completo, o si él mismo se ha echado al hombro la tarea de poner al inútil, semianalfabeto, superficial y narcotizado hombre nuevo al servicio del no tan nuevo orden que se está recomponiendo allá arriba, mientras espera con impaciencia la muerte de Raúl Castro. Nadie duda ya de que en las alturas hay una guerra, abierta o sibilina, por el poder, y cada facción intenta mostrar músculo. El hijastro de Díaz-Canel, que carece de pedigrí, muestra su glamorosa ofensiva (Ana de Armas) y se sienta a la mesa, en un restaurante súper exclusivo, con gente que sabe tirar la piedra y esconder la mano. 

 Y se hizo la fiesta: luz en el EFE Bar, penumbra en Cuba 

Sandro Castro no necesita esforzarse tanto, aunque quizás le moleste que su novia sea más bien una chica anodina en comparación con la cocotte de la raspadura. No importa, en cualquier caso, porque él sí tiene sangre real y puede permitirse la ostentación en casa, en la cara de la plebe que pidió a gritos, hace sesenta años, que todos fuéramos igualmente pobres. Aquí dentro, donde debería decidirse el futuro de este país, hicieron la fiesta, ¿y qué? El país se derrumba y ellos celebrando, ¿y qué?

Desde hace mucho, todos ellos hacen lo que les viene en gana y en cualquier momento, si les place, lo van a subir a las redes sociales para que nos revolquemos de asco y vergüenza frente a las pantallas de nuestros móviles, porque está probada la incapacidad de este pueblo de indignarse. Después de sesenta años de experimento social, de habernos convertido en un rebaño inmunodeprimido por el hambre y los vicios, dominado por el Químico y similares, embrutecido por la doctrina y la pésima calidad del sistema educacional cubano, desesperado por huir y dejarles el país, la fase final consiste en torturarnos por puro sadismo. Ya nada nos pueden quitar, y quien diga que aún nos queda la vida, que mire a su alrededor y se pregunte si a esto realmente puede llamársele vida. 

Tomado de:  Cubanet Noticias sobre Cuba https://s3.eu-central-1.amazonaws.com/qurium/cubanet.org/hicimos-la-fiesta-y-que.html