Frutas en extinción
Ciclones, plagas y burocracia han acabado con una gran variedad de productos de la tierra
La Habana |
, Puesto de venta ambulante con mamey. (14ymedio) |
A las afueras del mercado de Carlos III un ciego
recita una lista de frutas cubanas. Algunos transeúntes se asombran de
su prodigiosa memoria y le regalan unas monedas. La gran mayoría de
quienes lo escuchan no ha probado ni la mitad de esas exquisiteces y
sólo sabe de ellas por algunas referencias que oyeron en boca de sus
abuelos.
Gloria Matos creció en la provincia de
Matanzas y su padre era un agricultor privado. "En mi casa no faltaba el
mamoncillo, la guanábana y el canistel", recuerda con nostalgia
mientras recorre la vista por uno de esos cuadros de frutas, o bodegones
que adornan las paredes de tantas cafeterías privadas.
Basta transitar por los mercados agrícolas de La Habana para notar la
ausencia de algunas delicias, como el zapote, el níspero y el caimito.
La guanábana, el mamey y el anón sólo se asoman de vez en cuando a
precios exorbitantes. La idea de Cuba como un vergel de frutas y sabores
ha quedado reducida a la literatura, las canciones antiguas y las artes
plásticas.
La oferta de cítricos ha caído en picada y
ya no se exporta naranjas, mandarinas y toronjas. Miles de hectáreas de
tierra y los campamentos destinados a esas frutas están abandonados o
han sido destinados a otras funciones. La Isla de la Juventud, también
conocida como Isla de Pinos, ha visto desaparecer su principal riqueza
económica en apenas veinte años.
"Antes uno pasaba
por estos campos y era puro olor a azahar", cuenta Miguel Ángel, quien
trabajó durante años en una empresa pinera de cítricos. Sólo en 1990 el
país exportó 456.689 toneladas métricas de cítricos frescos, según la
Oficina Nacional de Estadísticas. Miles de estudiantes extranjeros
pasaron por escuelas donde alternaban las clases con el trabajo agrícola
en ese sector.
Ahora, algunos hoteles enfocados al
turismo internacional deben importar las naranjas de República
Dominicana o de México. El Gobierno justifica esta caída en la
producción por la entrada en Cuba de la plaga del dragón amarillo y por los daños provocados por los ciclones.
La fábrica Río Zaza, especializada en jugos naturales,
utiliza mayoritariamente materia prima traída de otros países. Sin
embargo, algunas frutas como el mango y la guayaba mantienen buenos
ritmos de producción. "Yo vivo de estas matas de mango", explica Manso
Rodríguez, campesino de la provincia de Cienfuegos. Cada verano saca
hasta mil frutos de su patio. A un precio mínimo de 5 pesos cada uno,
Manso logra una pequeña fortuna.
Lázaro García no ha
tenido tanta suerte. Lo suyo es la venta de mamey, pero el huracán Sandy
le tumbó al menos tres de sus robustos árboles. Ahora debe esperar
varios años para que las nuevas posturas alcancen la edad de dar
cosechas.
A las plagas y los ciclones se le suman las
deficiencias burocráticas que lastran el almacenamiento, el transporte y
la comercialización de los productos agrícolas. Plátanos apolismados,
papayas que llegan golpeadas a los puntos de venta e incontables
quintales de frutas que se pudren antes de alcanzar las manos del
consumidor. La reutilización de esta merma es prácticamente nula.
Sin embargo, algunos testarudos logran mantener su huerto bien surtido y
variado. Camila tiene una pequeña finca a las afueras de La Habana. Ha
destinado el terreno a rescatar frutas como la guanábana, la cereza
china y el zapote. Cosecha además hierbas aromáticas y cítricos. Ella y
su familia pertenecen a un movimiento orgánico todavía muy incipiente en
Cuba. "Mi patio es una fiesta para el paladar", dice con orgullo. Y
tiene razón para sentirse satisfecha, pues la mayoría de los cubanos de
su edad ni siquiera recuerdan esas delicias.
Quienes
tienen menos de treinta años apenas conocen el dulzor del plátano
manzano o la astringente sensación del marañón. Sólo saben de su
existencia gracias a unos pocos patios privados y a la voz de un ciego
en la puerta de un mercado.
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