En Cuba, el régimen castrista, utilizando la neo-lengua que él mismo inventó, exhibe en grandes vallas una frase de su Máximo Líder: “Revolución es no mentir jamás”. A fuer de sincero, debo decir que esa tajante afirmación no se ajusta demasiado a numerosos planteamientos que se han hecho a lo largo de este medio siglo.
¿Acaso no se aseguró en un principio que “la Revolución no era roja, sino verde como las palmas”, para luego reconocer eterna fidelidad al comunismo? ¿Y en la década de los setenta no se declaró que en Angola no había ni un solo cubano combatiendo, para luego reconocer que nuestros compatriotas muertos allí se contaban por miles?
Los que “no mienten jamás” también hicieron al pueblo muchas promesas no cumplidas: En el “futuro luminoso de la Patria” íbamos a producir “más queso que Francia y más leche que Holanda”; también habría zafras azucareras de diez millones de toneladas.
En realidad, los falsos ofrecimientos comenzaron mucho antes: En 1953, en el documento conocido como “La historia me absolverá”, Fidel Castro planteó: “Hay piedra suficiente y brazos de sobra para hacerle a cada familia cubana una vivienda decorosa”; “los mercados debieran estar abarrotados de productos, las despensas de las casas debieran estar llenas”; y “lo inconcebible es que haya hombres que se acuesten con hambre mientras quede una pulgada de tierra sin sembrar”.
Con toda seguridad, cualquier cubano de hoy puede decir qué hubo de cierto en todas esas hermosas promesas de logros materiales, y en qué medida se ajusta esa rosada escenografía a la bochornosa realidad del día de hoy.
Pero es probable que la más infame mentira de los que aspiran a que no haya cambios sustanciales y a dejarlo todo como está (y que por eso, con lógica pasmosa, se llaman a sí mismos “revolucionarios”) es la de difamar a los verdaderos patriotas, con lo cual dejan inerme a la Patria, al privarla de sus más admirables paradigmas.
Cesantean, aíslan, golpean, encarcelan, fusilan y hasta dejan morir de hambre a hombres excepcionales como Pedro Luis Boitel u Orlando Zapata Tamayo, que demostraron estar dispuestos a ofrendar sus mismas vidas por lograr un futuro mejor para todos. Persiguen —pues— a los que sí están dispuestos a cumplir la máxima martiana: “La Patria es ara, y no pedestal”.
Mientras tanto, tratan de hacer creer que sólo los sobornos o las órdenes provenientes del extranjero pueden motivar deseos de cambio en el pueblo cubano, y muestran al mundo un país donde se encarcela a los apedreados y pateados por “alterar el orden público”, mientras los miembros de las delincuenciales “brigadas de respuesta rápida” organizadas por el régimen gozan de absoluta impunidad.
En el ínterin, algunas de las víctimas de las severas golpizas y los malos tratos de policías y carceleros, mueren de tiempo en tiempo, pero, según la versión oficial, nunca a resultas de las tundas y el abandono criminal denunciados por sus hermanos de ideales, sino a causa de dolencias inesperadas, tales como “pancreatitis” o “neumonía”.
Al propio tiempo, ese país tan interesado en que todos conozcan la verdad, ha prohibido toda publicación foránea y vedado el acceso a internet, gasta millones de dólares en interferir la radio y la televisión extranjeras, y no permite la entrada al país ni la visita a las prisiones de los relatores de la ONU, la Cruz Roja ni otras prestigiosas organizaciones internacionales.
Es así como pueden “no mentir jamás” sin que el pueblo se entere de que han sido rebatidos, sin la presencia de testigos y con absoluta impunidad.
René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
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