Si Chávez ha propuesto un diálogo con Capriles es para utilizarlo como un adversario de opereta.
Todavía resuenan en Venezuela los acordes de los últimos saraos por el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones presidenciales del domingo pasado. Sigue en el aire el tono moderado de los discursos del líder del socialismo del siglo XXI. Pero los venezolanos tienen que prepararse para una resaca que les traerá una radicalización del totalitarismo. Y para enfrentar una etapa difícil marcada por el delirio que sufren los diosecillos políticos cuando descubren que la muerte existe.
El presidente reelecto y sus amigos de la región se han repuesto del susto de ver una oposición coherente y unida con posibilidad real de triunfar y celebran descansados y felices la victoria y el final del sofocos. No olvidan, no pueden olvidar, que para neutralizar esa fuerza que quiere cambios y progreso el Gobierno tuvo que utilizar todos sus recursos materiales (desfondar huchas, imprimir bolívares), extenuar el vocabulario de la demagogia y, también es verdad, valerse con sabiduría de la articulación que tiene Chávez con una parte de la población.
Ahora vuelve, poco a poco, la vida cotidiana. Al tiempo que se apaga el eco del resultado de las urnas, regresa a la acción con sus programas populistas y fortalecido por los resultados de los comicios, un gobierno que controla el país desde 1999 y ha demostrado más interés por imponer una ideología que por trabajar a favor de la libertad y el bienestar de todos los venezolanos.
El modelo que sueña Hugo Chávez (el abolido campo socialista, Cuba, China y Corea del Norte) implica el poder absoluto y no soporta la oposición. Si en estos días ha propuesto un diálogo con Henrique Capriles Radonski es para tratar de utilizarlo por un tiempo como un adversario obediente y de opereta. Mientras tanto trabajarán por todos los medios para hacer desaparecer a la oposición. El manual, escrito en ruso y traducido en La Habana, prohíbe los viajes en compañía y obliga a no prestar atención a la opinión ajena.
En los próximos meses se abre para Venezuela un proceso peligroso porque la prioridad será la fantasía atropellada de un hombre que dirige el país rodeado por un coro de sombras, como diría el poeta. Un señor con el tic tac amplificado de un reloj en su cabeza que se debate entre los enigmas de la receta para resucitar el comunismo y el secreto de sus hojas clínicas.
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