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sábado, 7 de julio de 2012

Da cólera en los tiempos del desamor


Da cólera en los tiempos del desamor.

Ondina León ©

El brote de cólera en Cuba, simplemente, me da cólera, una vez más. Es una cólera femenina, añeja, punzante y triste. Porque la isla posesa es un accidente, más histórico que geográfico, muy triste: es una pesadilla perpetua. Haberse ganado el sobrenombre de “La isla de las tres eses” —por las eses de sexo, sol y socialismo— hubiera podido ser un buen gancho para el turismo folclorizante del Primer Mundo, si esas palabras no se tuvieran que traducir hoy como prostitución o jineterismo barato, salvajismo tercermundista y dictadura castro-mafiosa y… enfermedades de miseria.
Y, ahora, mientras trascurre agónicamente el año 54 de esa locura colectiva, que se ha dado en llamar eufemísticamente “revolución”, hay personas muriendo en silencio de una enfermedad, que se había erradicado del territorio nacional hace más de cien años, es decir, mucho antes de la tan cacareada medicina castrista, esa que le hace tener convulsiones de placer “humanista” al repulsivo y venenoso de Michael Moore, el más anti-americano de los cineastas estadounidenses.
El cólera, que no la cólera —la que todos necesitamos, de vez en cuando, para ser dignos—, ha comenzado por el Oriente de Castrolandia y, como siempre, las fuerzas represivas están tratando de amordazar la realidad: “Aquí no pasa nada”. ¿Les sorprende? ¿Hay algo nuevo bajo el sol carnívoro de Cubita, la bella? No, esta reacción, visceralmente típica de los regímenes totalitarios, es la de siempre, como siempre.
Derrochando un optimismo panglosiano, el castrismo ha negado y niega la estela de muertos y lesionados, que dejan los múltiples brotes de dengue hemorrágico, del virus del SIDA, de la hepatitis, la conjuntivitis, la neuropatía periférica y cientos de males, menores y mayores, que engendran una higiene deficiente y una alimentación de raciones de guerra, sin estar en acción bélica con alguien. ¿O sí?
Sí, este es el resultado de la guerra que le ha hecho siempre el sistema mafioso-militar al pueblo: es el embargo del castrismo contra toda una nación. Pero, ¿por qué nos hemos hecho esto a nosotros mismos? ¿Por qué no hemos sido capaces de triturar las horribles cadenas que nos forjamos nosotros mismos sobre nuestras almas y nuestras haciendas? ¿Por qué nos seguimos suicidando sin estallar en una cólera emancipadora? ¿Por qué?
Barajo posibles respuestas —¿qué hacer con esta adicción a indagar mis destinos? — y, tristemente, concluyo que nuestro agudísimo individualismo y nuestra patológica falta de ética nos ha hecho llegar a ser lo que somos: un pueblo diezmado. Cuando no hay un sentido de destino colectivo ni un verdadero amor a la patria, los pueblos huyen a otras tierras y le dejan el campo libre a las dictaduras, que capean por su respeto y se eternizan.
¿Les resulta familiar el cuadro de desamor? Sin cólera, que no sea aquella digna de unos poquísimos que ya están o enterrados o transterrados, los cubanos hemos huido a las más disímiles latitudes y hoy, orgullosos, ya somos estadounidenses, españoles (¡qué ironía lo de la independencia!), mexicanos, argentinos, venezolanos, cualquier cosa menos cubanos, porque esta nacionalidad es una maldición de la que hay que huir. Nos importa la familia, pero no la nación.
Tal vez, algunos “patriotas” monten en cólera —esa que no tuvieron la virtud viril de tener para enfrentarse al mal— y piensen que soy una renegada, una cipaya o una amargada, que no ve el lado luminoso de la realidad. Pero por ese espíritu supuestamente festivo y festinado estamos como estamos: posesos de una esquizofrenia incurable. ¿Y dónde está la testosterona libertadora?
¿Nos merecemos este cólera, que probablemente se expanda hasta convertirse en pandemia, ahora que la economía del chinchal pinta de negro a la isla? No. Ningún pueblo se merece este tipo de catástrofe sanitaria en la que pagan justos por pecadores. Pero ojalá que estas mortales bacterias engendren una cólera colectiva que derrumbe, de una buena vez, los muros berlineses que nos ahogan, estemos donde estemos.
Me dicen que el castrismo tiene sus días contados, pero, ¿cuánto más durará? O mejor: ¿cuántos muertos más nos costará? Sólo Dios lo sabe… Mientras, desde mi estrecho agujero de desconcertada mortal, miro y veo y recuerdo estos versos de “cantando a lágrima viva, triste como la más triste, navega Cuba en su mapa: un largo lagarto verde, con ojos de piedra y agua”… Y lloro.

http://www.guitafora.com/2012/07/da-colera-en-los-tiempos-del-desamor.html

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