Las medidas de austeridad económica del régimen cubano han creado un ejército de "disponibles", como llama el Gobierno a los nuevos expulsados del sistema estatal
Crédito foto: Reuters
En materia de siglas no hay quien le gane al gobierno de los Castro. Repasemos algunas. PCC, FMC, CDR, DSE, DTI, MININT, MINFAR, MINED, CTC, ANAP, ICRT, UNEAC, ICAIC... En cuanto a la jerga oficial, sencillamente, sitúan el idioma castellano en otra dimensión.
Al robo grosero en tiendas o empresas les llaman ‘pérdidas’ o ‘faltantes’. Si una tarde el jefe de una obra carga un camión repleto de baldosas y lo guarda a buen recaudo en el garaje de su casa, eufemísticamente, se cataloga como ‘desvío de recursos’.
Los disidentes son ‘contrarrevolucionarios’. Y a los desempleados les denominan ‘excedentes’ o ‘disponibles’. Y de ellos queremos hablar.
Les presento a Gloria, 49 años, licenciada en contabilidad, quien hace dos semanas engrosó la lista de parados cubanos. Ella es una, entre el millón y medio de desempleados, que en un plazo de 3 años el Gobierno del General Raúl Castro prometió echar a la calle para adelgazar las voluminosas plantillas estatales.
Cuando se creó la comisión “encargada de estudiar los expedientes de aquellos compañeros que quedarían disponibles”, cuenta Gloria, en su empresa comenzaron a hacer quinielas.
Nadie se sentía seguro. Los que usualmente inflaban pecho, orgullosos de haber participado en batallas en la selva africana, también caminaban cabizbajos y preocupados por los pasillos.
No era mérito suficiente haber gritado gruesas ofensas en los actos de repudio periódicamente armados contra las Damas de Blanco. Tampoco los viejos diplomas y medallas de calamina que daban fe de la lealtad con el régimen. Ahora lo que importa son los intereses de la empresa y en particular la ‘idoneidad’, otra jerga oficial.
Cuando a una mujer como Gloria, de 49 años, que se ha pasado toda su vida levantándose a las 6 de la mañana, desayunando café sin leche y pan con aceite y ajo; llegando a las 5 de la tarde a su casa, sin una bombilla o unos bolígrafos hurtados; cenando arroz, frijoles y lo que aparezca; viendo culebrones de turno, y a mitad de la novela dormirse, un tipo con voz engolada le dice que a partir de esa fecha queda “disponible”, el mundo se le viene abajo.
En la soledad de su habitación lloró abatida. Sin aspavientos ni dramas. A sus 49 años se enfrenta a una realidad para la cual no estaba preparada. Ganaba un salario mensual de 450 pesos y una estimulación de 27.50 en moneda convertible. Además, diariamente le daban una merienda y un litro de refresco que vendía en 45 pesos, buscándose 225 pesos extras cada semana.
Divorciada hace años, Gloria mantuvo sola a su hija, algo habitual en el escenario cubano. Jamás se robó una hoja de papel ni falsificó o adulteró cifras o cuentas bancarias. Pero la empresa fue tajante.
De nada valió la apelación. Un mes de sueldo y la opción de trabajar en una oficina a muchos kilómetros de su casa, sin transporte, con un salario de 264 pesos y cero estimulación en divisas. Sacó la pequeña calculadora. De aceptarlo, de un golpe pierde 186 pesos y 27 cuc.
Que para Gloria no es poca cosa. Encima, cada día perder 3 horas, en el viaje de ida y vuelta en un atiborrado ómnibus urbano. ¿Qué hacer?
Entre las opciones, barajó montar un aula para repasarle matemáticas a niños de primaria. Llevarle las finanzas a algún trabajador por cuenta propia. O sentarse a ver culebrones y dejar que todo se vaya a la mierda. De momento, no quiere pensar en su futuro. Comenzará a trabajar en la distante oficina en el mes de agosto. El dinero extra aún no sabe cómo obtenerlo legalmente. Ya verá.
Una buena contadora puede ser útil para camuflar los robos de los burócratas corruptos. Pero su padre estibador y su madre costurera le inculcaron honestidad y moralidad. Unos valores a los que Gloria no va renunciar, a pesar de haberse convertido éstos en un fardo pesado.
Pero tiene que vivir. En una sociedad que ya no le garantiza nada. Y a la que debe aplaudir. Una cosa le queda claro: no quiere oír hablar de los hermanos Castro ni de su revolución.
Gloria los culpa por su vida gris, de café sin leche y pan con aceite y ajo en el desayuno, y una frugal comida diaria.
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