Mañana
Mañana recordaremos que te has muerto.
Habrá un discurso alto y unas miradas bajas,
todo será dolor
pañuelitos nerviosos entre dedos
unas gafas ahumadas cubriendo la premura
palmaditas de adiós sobre la angustia.
Mañana serás bueno
tan sumamente bueno
que de seguro Dios te cederá el asiento
y se pondrá a tu diestra.
Rugirás de furor frente a los enemigos
de alguien que te hará su arma y su estandarte,
serás el más osado
el más bello y más lúcido
explicarás con frases que inventen para ti
para tu boca sabia
cómo fue que llegaste a ese espacio de luz.
Mañana recordaremos que te has muerto
para seguir viviendo a nuestras anchas.
Perversos y callados
Las alarmantes voces del silencio
asedian sin piedad los muros de tu alma.
Estás donde la noche sin retorno
se posa para un tiempo que no aceptas,
donde el raudo tropel de las auroras
puede tornarse foto de honda impavidez.
No habrá nada que hacer cuando la sangre sea
levísimo recuerdo de secos manantiales.
Quizás la eternidad es ese hastío
que grita sin cesar sus vanidades
y no el gesto trivial del dedo acusador.
Los perversos fabrican su guarida
en el límite mismo
que media entre tu voz y sus horrores.
No habrás de lamentar los pavorosos crímenes
sino el silencio cruel
en que viste morir a aquel que no callaba.
Mensaje en clave abierta
Con la sedosa voz que tuviera un arcángel
me placería anunciarte que me he ido.
Decirte que no estoy en la baranda
del puente sobre el río que fluye hacia la nada
pero me sigue estando murmurador y diáfano.
Aliviarte del odio que sólo a tí marchita.
Librarte del basalto tenaz que te dobla las piernas
cuando silbo o sonrío. Desoldarte la rémora
pertinaz y salobre que te impide las cumbres.
Pero no soy un ángel: fumo como un demente,
fornico tras la cena, trasnocho junto al mar,
y una muchacha de boca deslumbrada elogia
la albura en mi cabellos, que a mi edad no esté gordo,
y sueña ser la novia tardía, inesperada de mis versos.
No he muerto todavía, aunque me esfuerzo. Lamento
no poder, como un heraldo negro, llevarte la noticia.
Mañana recordaremos que te has muerto.
Habrá un discurso alto y unas miradas bajas,
todo será dolor
pañuelitos nerviosos entre dedos
unas gafas ahumadas cubriendo la premura
palmaditas de adiós sobre la angustia.
Mañana serás bueno
tan sumamente bueno
que de seguro Dios te cederá el asiento
y se pondrá a tu diestra.
Rugirás de furor frente a los enemigos
de alguien que te hará su arma y su estandarte,
serás el más osado
el más bello y más lúcido
explicarás con frases que inventen para ti
para tu boca sabia
cómo fue que llegaste a ese espacio de luz.
Mañana recordaremos que te has muerto
para seguir viviendo a nuestras anchas.
Perversos y callados
Las alarmantes voces del silencio
asedian sin piedad los muros de tu alma.
Estás donde la noche sin retorno
se posa para un tiempo que no aceptas,
donde el raudo tropel de las auroras
puede tornarse foto de honda impavidez.
No habrá nada que hacer cuando la sangre sea
levísimo recuerdo de secos manantiales.
Quizás la eternidad es ese hastío
que grita sin cesar sus vanidades
y no el gesto trivial del dedo acusador.
Los perversos fabrican su guarida
en el límite mismo
que media entre tu voz y sus horrores.
No habrás de lamentar los pavorosos crímenes
sino el silencio cruel
en que viste morir a aquel que no callaba.
Mensaje en clave abierta
Con la sedosa voz que tuviera un arcángel
me placería anunciarte que me he ido.
Decirte que no estoy en la baranda
del puente sobre el río que fluye hacia la nada
pero me sigue estando murmurador y diáfano.
Aliviarte del odio que sólo a tí marchita.
Librarte del basalto tenaz que te dobla las piernas
cuando silbo o sonrío. Desoldarte la rémora
pertinaz y salobre que te impide las cumbres.
Pero no soy un ángel: fumo como un demente,
fornico tras la cena, trasnocho junto al mar,
y una muchacha de boca deslumbrada elogia
la albura en mi cabellos, que a mi edad no esté gordo,
y sueña ser la novia tardía, inesperada de mis versos.
No he muerto todavía, aunque me esfuerzo. Lamento
no poder, como un heraldo negro, llevarte la noticia.
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