Esas dos palabras han dividido las dos orillas
que se miran y dividen, Cuba y la Florida. Conceptualmente el que emigra deja
por voluntad propia su país para establecerse en otro, y aunque permanezca
lejos de él, no renuncia a la posibilidad del regreso. Al exiliado lo echa de
su tierra una voluntad ajena o una voluntad imperiosa, y no puede volver a su
patria por propia decisión, o sin someterse a degradantes limitaciones.
Visto así, de concepto a concepto, todo parece
simple, fácil, quirúrgicamente delimitado. Pero desgraciadamente en un régimen que
ha explotado todas las miserias humanas con fines demagógicos, no es así. Los
procesos políticos no entienden de delimitaciones fáciles, ni de intervenciones
quirúrgicas limpias: todo se mezcla, se manipula, y el origen del ayer es el
principio del mañana.
Es curioso, por ejemplo, revisar los
antecedentes históricos del exilio. Así vemos como en la antigua Roma no se
exiliaba a nadie, pero se les prohibía el uso del agua y del fuego al
condenado, por lo que a la larga tenía que abandonar el país. ¡Cuan moderno se
torna este concepto en la Cuba actual!
Así
muchos emigran hoy por el hambre y las injusticias que sus gobiernos los
someten. Entonces, ¿es eso un simple emigrar o un exilio forzoso?
Algunos sociólogos explican que al emigrante
lo aleja de su tierra la esperanza y al exiliado la fuerza; mira el uno hacia
delante por la promesa de algo nuevo y mejor, pero los ojos del otro siempre
están atrás, no se arrancan fáciles de su lugar de origen. Explican que el
emigrante gusta de confundirse con el nativo, adaptarse al nuevo ambiente y
olvidar; el exiliado aunque el que lo hospeda lo respete, lo tiene en menos aprecio.
¿Es eso cierto? ¿Cuánto hay de mitología y de
falsas delimitaciones sicológicas y sociológicas?
Para estos sociólogos de buro hay en la casa
del exiliado un luto escondido, una añoranza, una cruda rebeldía que no siempre
perdona el huésped que lo acoge. ¿Es que no lo hay en la que emigra también?
Cuando la
nacionalidad es fuerte, las costumbres están arraigadas en el corazón y no en
el cerebro, cuando hasta los olores componen células de nuestra historia
personal, nada nos abandona. Y esto es lo que pienso yo, no los sicólogos ni la
sociología que estudia estos fenómenos. Yo vivo en Canadá, y soy feliz, nada me
falta y la familia vive el ritmo normal de la vida. Pero mi país es mi historia
y con ella cargo por el resto de mi vida, viva donde viva, porque soy cubano, y
las fronteras geográficas, ni políticas, delimitan mi pertenencia.
Martí, por ejemplo, que siempre ha sido
nuestra referencia más auténtica, prefirió siempre usar el término más común,
el de emigrado. En 1880, en su primer discurso al llegar a los Estados Unidos,
llama a quienes los escuchan “emigrados buenos”.
Importante aclarar: no pregunta sobre concepciones filosóficas personales, ni
sobre pensamientos políticos, ni fe religiosa, habla de “emigrados buenos”. Se
iguala a sí mismo con la gran masa que lo escucha y él, el Delegado, es un
emigrado mas como cualquier otro. Detalle importante, en su última carta a
Manuel Mercado habla de la autoridad que la emigración le había confiado para
dirigir los destinos de Cuba. Y es su Carta-Testamento antes de morir.
Es solo para darle más dramatismo al vivir por
la fuerza en el extranjero que el Apóstol recurre a la palabra correcta: destierro.
¿Qué hemos sufrido los cubanos en los últimos
53 años?
No hay fórmula fácil. No podemos incluso usar
la referencia del Apóstol porque las aguas sucias de la política castrista ha
enturbiado los conceptos.
Si los que hemos salido de nuestro país, por
nuestro propio deseo, somos emigrantes: ¿por qué entonces tenemos que pedir
permiso para entrar de visita a lo que es de hecho nuestro? ¿Por qué tenemos
que pagar una pegatina cada dos años en nuestro pasaporte?
Y por otra parte, si los que hemos salido de
Cuba, también por nuestros propios deseos, lo hemos hecho como los condenados
de Roma: porque se nos prohibía “el agua
y el fuego”, ¿es eso emigración? ¿O es exilio?
La sola imposición de un permiso de fronteras
para el cubano que vive en algún otro lugar fuera de las fronteras físicas de
nuestro país, implica una condición de exclusividad política que no es
automáticamente inclusiva, que requiere validación política de un gobierno. ¿Es
eso emigración?
Si usted no puede conseguir con el fruto
honrado de su trabajo la manutención de su familia, no tener un techo decente
donde vivir, un futuro para sus hijos y un trabajo decoroso sin
cuestionamientos políticos y tiene que abandonar, “voluntariamente”, el país
¿es eso emigración o exilio?
Hay un componente político que trasciende el límite
económico de su huida. Usted no puede permanecer en el país porque su salario
no le alcanza para mantener su hogar y su familia. Su techo antes de abandonar
el país es expropiado y no se le retribuye un centavo. Sus propiedades no las
puede vender libremente. Y olvídese aquí de las nuevas “reformas”, porque la
cadena de permisos, regulaciones y trucos sigue vigente, si no es que se ha
hecho aun más larga.
Los cubanos que con mansedumbre acatan el término
emigración se olvidan que tienen que pagar un precio alto para visitar lo que
por derecho también es suyo: su Patria. Nadie se la puede quitar, por lo que
nadie debería cobrarle nada por entrar a ella. Y el retorno nunca debería ser
cuestionado o estar encadenado a un permiso de retorno.
Y es aquí donde con claridad meridiana, y
estoy muy seguro de eso, Martí volvería a utilizar la palabra exiliado para
todos nosotros. Y olvidemos todos de nostalgias y luto escondido. Los cubanos
tenemos una idiosincrasia fuerte que es imposible arrancarla. Y lo que llevamos
por el mundo como un estandarte es nuestra eterna pertenencia a una isla que
siempre estará con nosotros.
Yo salí de mi país, Cuba, a través del
mecanismo legal que las arbitrarias leyes nacionales establecen. Y esas mismas
arbitrarias leyes me imponen para entrar arbitrarias medidas de pago, control y
vigilancia. Por lo tanto, soy un exiliado político. Mi pasaporte guarda una
pegatina que me avala para entrar… ahora. ¿Y mañana?
Cada vez que se acude a un consulado, una embajada
cubana para pagar y que le entreguen o no su permiso de viajar, se le está
recordando a usted mismo que está bajo vigilancia, que depende de su conducta
tranquila, callada, sumisa, el poder volver entrar al país al cual pertenece. Y
NADIE tiene derecho a cuestionar su entrada, su pensamiento personal, ni su filiación
política.
Y así, en este rompecabezas, se olvida la
frase fundamental de nuestro Apóstol: La
Patria es de Todos. Así, de sencillo, sin ningún apellido. De TODOS.
Significa que no debe haber ninguna pegatina
en el pasaporte que es su derecho tener, y que nadie puede cuestionar su retorno
en las condiciones que usted quiera, y en el tiempo que usted mismo estime.
Es así de sencillo.
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